miércoles, 31 de enero de 2024

A la entrada de un nuevo laberinto...

Heme aquí, a la entrada de un nuevo laberinto.

Si regreso, daré cuenta del viaje...




domingo, 31 de diciembre de 2023

Las lecturas de un otoño lleno de claroscuros


Finalizado a últimos de septiembre el ciclo no-correspondencia, no-diarios de lecturas de Kafka la imposibilidad de abandonar siquiera sea rescoldos de su mundo me llevó a las Cartas a Milena. Y así, junto a la Basílica de las Angustias de Granada lei las primeras misivas dirigidas a su traductora.

Quería Kafka comunicarse con el mundo? Quería hacerlo en el momento de escribir y luego se arrepintió? Qué significaba realmente esa lucha contra / con la escritura?

Creía estar dando cumplimiento a un destino? O era absolutamente al contrario: creía luchar sin fuerzas al borde de la enfermedad y la muerte contra un destino que lo condenaba al silencio?

No son todos los miedos uno solo? O dicho de otro modo: no se expresa un miedo de múltiples formas? Quizá el miedo sea algo en sí mismo que busca constantemente la forma de expresarse.

K y yo estamos agobiados, sumidos en la angustia, peleando contra nada —imposible vencer.

K y yo escribimos página tras página sin saber a dónde irá a parar lo que escribimos: será parte de una carta, de un diario, fragmentos de novela, textos que acabarán considerados ficción, fantasía transformada en realidad?

Las cartas de K... las inquietudes de K tal y como las expresa en esas cartas a un ser especial para él... me remueven, me inquietan, me libersan por momentos, me consuelan, me hacen sentir que puedo viajar hasta Praga, Viena, Gmünd... esos lugares en los que aún palpita un rastro suyo.



Si leer a Kafka es una experiencia intensa, leer las cartas que escribió a Milena supone una vuelta de tuerca de enorme intensidad por una razón clave: la personalidad de Milena. Nadie parece haber comprendido a Kafka como ella, nadie lo liberó —momentáneamente, por supuesto— de sus miedos y sufrimientos, y nadie le concedió como ella la posibilidad de confesarse, de abrirse, de expresarse, de retirar sus barreras de protección.

Acabadas esas tremendas cartas, no podía dejar de leer el libro de Margarete Buber-Neumann titulado en su edición original Milena la amiga de Kafka y aquí en traducción de Tusquets simplemente Milena. Pero mientras las inefables agencias de transporte transportaban el libro se me cruzó otro: El último proceso de Kafka, de Benjamin Balint, que resultó ser una apasionante narración del destino de los manuscritos de K, tan retorcido como el de sus alter ego de ficción.

Y la conclusión es que a pesar de todo, no tenemos la certeza de localización de los manuscritos. Cuántos papeles, cuadernos, cartas, andan por ahí en lugares desconocidos llenos de palabras esculpidas por K?



15 de marzo: las tropas alemanas entran en Praga. Recorren la calle principal de la Praga vieja mientras en las aceras la gente mira hacia abajo. Estamos al borde de otra tragedia inminente comparable con aquella?

Si las cartas a Milena son una desgarradora novela de amor, Milena es un testimonio sencillo y brutal de lo que significó la II Guerra Mundial pera millones, pero especialmente para personas sensibles, creativas y solidarias de las que Milena constituye un ejemplo sobrecogedor.



Y en esas llegó el Dia de los Muertos, en este caso no solo de la mano del calendarios sino de primerísima mano en los relatos de mi hijo Olmo que pasó esos días en México en 2021 y recorrió la ruta del Cónsul leyendo Bajo el Volcán.

Y ahora, dos años después casi viajamos con él a beber mezcal en los tugurios de Lowry. 



Eso sí, inevitable pensar en Antonio y en todo lo que nos une como escritores, como lectores y como amigos durante más de cincuenta años.

Pensar en eso es como pulsar un conmutador que dispara imágenes y las veo como en aquellos pequeños juguetes en los que metíamos una diapositiva de plástico y lo mirábamos a contraluz. Son imágenes reales y al mismo tiempo falsas. Reales poirque corresponden a personas y objetos que existen de verdad (o eso creo), y son falsas en el sentido de que están ahí, entre la luz y tu ojo, como flotando en un mar de tiempo irreal que hoy te inunda de alguna forma pero que mañana ya no estará. 

Son imágenes o son memoria? Son recuerdos o imágenes de recuerdos? Todo está ahí. Son al mismo tiempo una cosa y la otra: se unen en el contraluz para cobrar existencia.



Día de los Muertos, dia de Malcolm Lowry, día del Cónsul, día de Bajo el Volcán para siempre.

Una búsqueda que es la nuestra —la de todos los lectores— un viaje que es el nuestro, un recorrido hacia el infierno que repetimos una y otra vez.

Caminamos con Lowry en la noche mágica de Cuahunauac, subimos con el Cónsul a la rueda de la vida, tomamos mezcal en las incontables tabernas bajo el Popo y recorremos el camino iniciático que nos arroja al barranco para comenzar de nuevo al amanecer rogando a la Virgen que nos devuelva el amor perdido.

Y el 3 de noviembre, con la resaca de los muertos una fotografía mostrando una novela recién sacada del horno por Anagrama me lanzó de nuevo a la calle y a mi recorrido habitual de tiendas de libros con un resultado jugoso.



He entrado en el mundo de Benjamin Labatut: solo unos pocos párrafos que me han conducido al abismo. 

MANIAC tiene un arranque magnífico y sus primeras páginas sugieren una novela potente y densa. Creo que tengo un nuevo escritor al que seguir y perseguir

Para que no resulte excesivamente chiripitifláutica la elección de los tres siguientes libros, hay que comprender que los personajes de Labatut son algo así como avatares modernos de los sabios de la antigüedad y que muchos de estos pueblan las páginas de El Segundo Río en cuyo trance de escritura me hallaba en esos momentos.

Esos libros son: una biografía de Kurt Gödel, un recorrido por las ideas de la secta pitagórica y el Apocalipsis de D H Lawrence que incluye frases como esta: "es muchísimo mejor leer un libro seis veces a intervalos, que leer seis libros distintos", o esta: "Un libro solo vive mientras tiene el poder de conmovernos, y conmovernos de una manera distinta, mientras nos parezca diferente cadsa vez que lo leemos".


Regreso a los cuadernos acompañado de dos lecturas simultáneas: Chevreuse, lo último traducido de Modiano y La noche más oscura, que narra la investigación del escritor estadounidense John Evangelist de la misteriosa muerte de Edgar Allan Poe.




viernes, 3 de noviembre de 2023

Ver el mundo con la mirada de K

Ayer puse fin a mi lectura sistemática de los textos de ficción de Kafka que inicié en 2006.

Aclaro que me refiero a todos los textos que no son correspondencia o diarios y que he leído por estricto orden cronológico en la edición española publicada por Debolsillo al cargo de Jordi llovet.

Y aclaro también que además de las pausas para otras lecturas he dilatado algo todo el proceso al intercalar libros relacionados con Kafka que me he ido topando en librerías o mercadillos de Andalucía, Portugal, Francia o Alemania... incluyendo la portentosa biografía de Reiner Stach, el estudio de Pietro Citati, los prólogos e introduccionesd de diversas ediciones en varios idiomas, la aproximación al Kafka anarquista, las turbadoras cartas a Milena o los pormenores del larguísimo proceso relacionado con los manuscritos que poseía Max Brod.

Impactado aún por tan desmesurado esfuerzo renuncio a hacer aquí una valoración de la aventura en la que ha habido, como en toda navegación que se precie, momentos de paz y de tormenta, visiones del fin y sueños apacibles, deseos de llegar a buen puerto y tentaciones de abandono.



La fascinación que Kafka ejerce sobre cualquiera que se acerque a él o a su obra se multiplica cuando se trata de alguien que escribe. En ese caso es imposible romper el magnetismo, imposible sustraerse al poder de atracción del "larguirucho" —como se autodenominaba en sus cartas— condenado de por vida a un pulso desigual, inexcusable, irremediable con los fantasmas que lo cercaban sin descanso. Un pulso que asoma con intensidad a sus ojos en la mayoría de las fotografías que se conservan de él abarcando varias décadas.


jueves, 5 de octubre de 2023

Los textos que Kafka no escribió...

 ... y si los escribió se perdieron


Hace unos días una de mis librerías habituales de Granada —El Tiempo Perdido— puso a la entrada una caja de madera con libros a mitad de precio. Entre varias cosas de interés mis dedos se fueron directamente a un lomo de la editorial Acantilado. Y efectivamente, ese era el libro que iba a comprar: ¿Es este Kafka? 99 hallazgos, de Reiner Stach.




Entre anécdotas simpáticas y casi intrascendentes y curiosidades literarias, lo que más intensamente me atrapó se refiere a escritos que Kafka escribió o debió escribir y nunca fueron hallados, o quizá escritos que nunca escribió pero podría haber escrito, en particular, escritos no explícitamente "literarios" (por llamarlos de alguna forma aunque con unas prudentes comillas de complicidad con los lectores de Kafka).

En abril de 1918 Kafka escribió unas tercera carta a su padre que conocemos por los comentarios de una prima y amiga de Ottla que a su vez era empleada de Herman Kafka. Al contrario que las dos cartas conocidas y publicadas, parece ser que esta sí que la leyó el destinatario.

En enero de ese mismo año, Kafka le contó a Oskar Baum el argumento para un relato que no llegó a escribir --o al menos no se ha conservado-- y que trataba sobre un círculo de personas que se reunen sin que nadie sea invitado.

Un año antes, el 10 de abril de 1917 un tal Sigfried Wolf escribió una carta a Kafka explicándole que había regalado La Transformación a su prima y que ésta no había entendido la historia así que se la dió a leer a su madre que a su vez tampoco se enteró del asunto y se la dió a leer a su otra prima que tampoco. Todas las lectoras le pidieron una ecplicación de la historia al señor Wolf que, puesto que tampoco la había entendido, se dirigió por carta a Kafka ya que consideró que su reputación estaba en juego. No sabemos si recibió respuesta.

Una de las anécdotas más contadas sobre Kafka es la de la "muñeca viajera". Según Dora Diamant —la quinta compañera de Kafka— nuestro autor escribió una buena cantidad de cartas a una niña que había perdido su muñeca y a la que dijo que en realidad se había ido de viaje. Eso fue entre septiembre del 23 y marzo del 24 en los últimos meses de vida de Kafka. A pesar de los esfuerzos no se consiguió dar con la destinataria de las cartas ni mucho menos con las cartas mismas. 

Las únicas palabras que tenemos la certeza de que Kafka tenía intención de escribir pero nunca escribió son las que hubieran completado su última carta. Kafka murió literalmente escribiendo y se conserva esa últimna carta interrumpida en la que Dora escribió: "Le quito la carta de las manos. De todas formas ha sido un gran logro. Solo unas líneas más que, por sui insistencia, parecen ser muy importantes". Y más abajo, Otla escribe: Escrito el lunes 2.6.1924, muerto 3.6.1924.


lunes, 2 de octubre de 2023

Lecturas de El Segundo río (2)


La primera entrega de El Segundo Río, El Manuscrito de Apolonio, tiene un largo recorrido desde que escribí los primeros textos en 1980. Y desde entonces ha ido reuniendo un puñado de lectores, personas cercanas que han tenido la paciencia y casi diría el arrojo de dedicar su tiempo a leer esas páginas paridas con placer y dolor que me han acompañado casi toda mi vida.

En algunos casos, esas personas me han hecho llegar sus comentarios sobre la experiencia de su lectura, palabras de apoyo o simplemente impresiones de un viaje que cada cual ha vivido a su manera.

Voy a continuar compartiendo fragmentos de esos mensajes que quizá animen a otros lectores a emprender ese viaje ahora que tras un duro y minucioso trabajo de corrección la novela está disponible públicamente.





Se hace difícil dirigirse así, sin conocerse en persona, e intentar expresar con palabras lo que nos hace vivir un libro, máxime cuando se trata de un libro como el tuyo que denota tanto trabajo interior y exterior, y un proceloso camino donde se van destilando poco a poco emociones, intenciones y pensamiento. Es tu mirada y son tus ojos los que se esconden sin duda detrás de unos personajes construidos con intensidad, esmero y casi podría decirse cierto dolor.

No sé realmente qué puedo decirte: si hablar de las influencias que gratamente traslucen tras la narrativa, o ahondar en el estilo denso a veces que rezuma entre las letras, con el que vas envolviendo al lector y sumergiéndolo poco a poco en la compleja trama, como si de unas arenas movedizas se tratase; no sé si tratar de la visión socio-política que parece subyacer en los planteamientos basales, si quedarme en una disección de la técnica fríamente hablando a través de la cual impregnas lentamente en el ánimo sensaciones y sentimientos.

Sin duda no soy el más indicado para hablar de todo ello en tanto en cuanto soy un simple lector "de la calle" y ni por formación ni erudición tengo potestad para defender mucho más allá mis impresiones, quién sabe si solo intuiciones.

Supongo que es mejor comenzar por decirte que me ha gustado mucho el libro a pesar de encontrar tramos donde se hace digestión más dura su lectura. También me es obligado advertirte que quizá en gran parte haya disfrutado con él al tratarse de una forma de escribir que me resulta cercana a mi forma de pensar, de ver ciertas cosas, de expresarlas. Tu libro para mí necesita de una segunda lectura en un futuro para poder interiorizar más aspectos sutiles que solo se pueden percibir con claridad cuando uno ya ha pasado por una lectura más avanzada.

Angustia. Confusión. Opresión, Dolor. Desasosiego. Oscuridad. Incógnita. Estupor. Ominosidad. Desesperanza. Búsqueda. Miedo. Son las palabras sombrías que están marcando todo el texto, la historia y la narración. Las que enmarcan un misterio, las que señalan los días de casi todos los personajes. Las que definen el espectro abominable e inasible que rodean y construyen el universo que describes. Y no están todas. El Horror. Recordemos a Coppola. Recordemos a Conrad.

Luz. Devoción. Escritura. Fe. Amistad. Búsqueda. Amor. Tesón. Esmero. Lucha. Mar. Fuerza. Son algunas de las que iluminan en breves destellos el texto permitiéndonos tomar aire, continuar vivos en el infierno, y a pesar de todo, e incluso como una ilusión pasajera, ser felices. Tampoco están todas: Leer.

Son dos ejercicios en cierto modo inútiles los que acabo de esbozar ya que siempre el tintero arroja más, ya que segundos más tarde siempre aparece otra más adecuada. Existe una constante desde la primera página y que conduces hasta el final, y es la sensación de persecución, del enemigo desconocido, del futuro incierto. 

No sé si has tenido la oportunidad de ver una película, Titus, altamente recomendable, impactante. Pues su banda sonora (Elliot Goldenthal) por momentos pareciera la más indicada a tu libro. Y por cierto la escucho de fondo ahora.

He visto trazas y aromas a escritores que aprecio mucho (en mi modesta ignorancia, ojalá fuese un entendido), entre ellos te citaría a Borges (sí, San Borges) y a otro ser celeste, Cortázar, y quizás a alguno más que no tengo base para sustentar. 

No quiero alargarme mucho más por no abusar de tu tiempo, aunque los avatares de Apolonio, Démades, Dinarco y los otros meritan de profundas disecciones.

Pero la noche avanza y la cerveza comienza a hacer mella.

Continuaremos hablando si tenemos ocasión. Un saludo y un abrazo.

Alejandro, 2008.



viernes, 15 de septiembre de 2023

La pereza del lector


No sé cuanto tiempo lleva esta entrada en la categoría de "borrador".

Ni cuantas veces la he abierto para añadir títulos y actualizar una lista sin comentario alguno.

Ahora que he llegado a un límite, a un autor que no me deja seguir esta dinámica porque le debo demasiado como para pasar sobre él de puntillas consignando solo un título, me propongo cerrar definitivamente tanta pereza y publicar la entrada.

Tras mi relectura del boom recogida en una entrada del 5 de enero de 2021 fui alternando mis lecturas de batalla con las novelas que paso a consignar:


Cegador 2

La Línea del horizonte

El tiempo envejece deprisa

Nocturno hindú

Viaje a Oriente 

Cegador 2

Las puertas de la percepción

Una casa para siempre

Mac y su contratiempo

Kassel no invita a la lógica

El reino: Un hombre, Klaus Klump

El reino: La máquina de Joseph Walser

El reino: Jerusalén

Un crimen japonés

La más recóndita memoria de los hombres

Grafomaquia

El quincornio

Montevideo



Dejando aparte las decepciones: los libros de Palol y el crimen japonés de Guebel, todas han sido lecturas suculentas, en particular Montevideo, una de las mejores novelas de Vila-Matas a la que he dedicado otra entrada reciente.

Quede la lista como constancia de lecturas. Cierro aquí y abro nueva entrada para Kafka.


domingo, 13 de agosto de 2023

Montevideo no invita a la lógica


Junto al café, el último libro de Vila-Matas: Montevideo. ¿Por qué hay ciudades que suenan a Vila-Matas? ¿Por qué siento ese abismo que provoca el universo Vila-Matas y que me atrapa desde sus imposturas, fingimientos, metaverdades, ficciones reales y falsas realidades? Una vez abres un libro suyo quedas fascinado por esos personajes que pueden ser y no ser el propio Vila-Matas, o por esos otros que pueden estar o no estar en la Wikipedia pero que cruzan sus novelas con aire de realidad, o al menos con un qué más da si existen o no y dónde y cuándo…




Imposible saber si uno ha leído ya o no el libro de Vila-Matas que tiene entre sus manos. El juego fenomenal de confusión en el que uno se adentra cuando decide leer a Vila-Matas hace empresa imposible distinguir una novela de otra, una impostura de otra, un laberinto de otro —o diferentes zonas dentro del mismo laberinto. Así que da igual si uno compra dos veces el mismo libro o se trata de dos libros diferentes. A esto añaden cierta inquietud las diferentes ediciones de un mismo libro, por no hablar de las entrevistas en las que Vila-Matas mezcla realidad y ficción hasta dejar estas palabras colgando del abismo del significado vacío.


Llevo cuatro días leyendo Montevideo con la extraña sensación de haberlo leído ya, cosa totalmente imposible por varias razones, entre ellas, que no había comprado este libro hasta el 20 de mayo, hace cuatro días. Pero entonces… y teniendo en cuenta que el asunto no se menciona en la contraportada del libro, ¿cómo he establecido la relación entre este libro, Cortázar, su cuento en el hotel y la habitación…?


Vuelvo atrás en las pocas decenas de páginas leídas y no hay ninguna mención del asunto. He pensado que quizá había leído una entrevista con Vila-Matas en la que explicaba la anécdota de Cortázar y su cuento La puerta condenada, del libro Final de juego. Pero tras mucho buscar en la red no he dado con esa entrevista, si es que existe.


He pensado que Vila-Matas podía haber contado la anécdota en su prólogo a los cuentos de Sergio Pitol publicados por Anagrama y que yo había adquirido en una de las pocas librerías de viejo que van quedando en Granada y leído muy recientemente: negativo; allí no hay nada que aluda a Montevideo, a los hoteles misteriosos ni al cuento de Cortazar. Y eso que era un lugar enormemente apropiado para ello.


Teniendo en cuenta que desde hace casi un año mi biblioteca está guardada en cajas de cartón almacenadas en un trastero, sigo leyendo Montevideo tratando de precisar si el texto me suena, si he leído antes la novela de Vila-Matas y la he comprado por segunda vez sin recordarlo…


Vuelvo al dejavú  con Vila-Matas: hoy es Macedonio Fernández y su Museo de la Novela de la Antigua. ¿Me lo había topado antes en otro lugar? ¿En otro libro de Vila-Matas? ¿O verdaderamente estoy leyendo Montevideo por segunda vez sin saberlo, sin recordarlo, o recordando retazos, detalles, sobre todo autores?


Atrapado en la sexta tendencia narrativa, esa que Vila-Matas confiesa no acertar a encontrar: la de los escritores que quieren abarcar no un todo, sino el todo, y se ven impelidos a luchar día tras día con la angustia que supone hacerlo sabiendo o sospechando que no se puede hacer pero tampoco se puede dejar de hacer.


Nada. No paro de buscar una solución al enigma y no hay forma: tendré que ir al trastero.


Sigo sin saber si ya había leído Montevideo y eso que he avanzado otro buen puñado de decenas de páginas. Creo que las alusiones que me resultan repetitivas podrían estar en otro libro de Vila-Matas. En alguno de los tres últimos que he leído: Mac y su contratiempo, Kessel no invita a la lógica y Esta bruma insensata. Así que decido hacer un listado sistemático que pueda facilitarme la búsqueda: Herzog, Calvino, Tabuchi, Hardwick y sus noches insomnes, Melville, Junger, Margaret Moore, Pla, Macedonio Fernández, Walter, Kafka, Joyce, Sterne, Bolaño… casi todos, como se ve, habituales de Vila-Matas. Pero Cortázar y su cuento no aparecen por ningún lado.


Ayer fui por fin al trastero y después de mucho esfuerzo, logré localizar la caja que ostenta la etiqueta Lit Esp V-M escrita con rotulador grueso azul. Estaba cerca del suelo con una pila de cajas por encima. Finalmente, con fuertes dolores de espalda logré extraerla y abrirla. Fui sacando apresuradamente los libros de Vila-Matas entremezclados con otros autores de la V pero también de la T, como Torrente Ballester. Allí parecía estar todo lo que recuerdo que tengo de Vila-Matas y no apareció por ninguna parte Montevideo, de modo que la opción de haberlo comprado dos veces era ya un callejón sin salida así que decidí llevarme los últimos libros que había leído de Vila-Matas para explorar otra de las posibilidades: que la anécdota de Cortazar —y quizá otras menciones que me sonaban repetidas— estuviese ya anunciada en alguno de esos libros. Así que puse en mi mochila el Kessel, el Mac y la bruma insensata. Y ya de paso decidí llevarme para releer Perder teorías —que parecía conectado de modo aún desconocido con lo que estaba sucediendo— y mi primer libro de Vila-Matas, El viaje vertical por el puro gusto de retornar.


Resulta que Raymond Roussel aparece mencionado en la bruma, motivo suficiente para que yo lo buscara en google y apareciera su libro Locus Solus. Esto deja zanjado uno de los dejavus de Montevideo y abre la puerta al resto…


Hoy he leído un párrafo clarificador y misterioso al mismo tiempo en la página 105 de Montevideo. Escribe Vila-Matas: “Pensé: de volver un día a escribir, mi libro trataría de un asunto invisible. El lector notaría que el asunto yo jamás lo perdía de vista, pero no me extendía sobre él, más bien lo daría por sobreentendido y por indescriptible, y ni lo nombraría, dejando que planeara sobre los lectores, que sobrevolara el núcleo duro del asunto, tan invisible, pero tan presente todo el rato, precisamente por indescriptible”.


Conforme avanzaba en estas palabras me hacía más consciente de que Vila-Matas las había escrito para quienes como yo se habían visto tan atrapados por la lectura de su última novela que parecían —parecíamos— haber perdido completamente el norte. Y esas palabras, por decirlo así, nos devolvían la cordura, un clavo al que agarrarnos: había un asunto invisible del que trataría su libro, invisible por indescriptible… y cuatro páginas después coloca en cursiva nada menos que estas palabras clarificadoramente cortazarianas: “tomó mi habitación”. Que la anécdota de Cortázar y la habitación inexistente tras la puerta condenada eran la clave de este nuevo libro de Vila-Matas ya no ofrecía dudas, pero todo ello no solucionaba el problema de partida: ¿dónde había leído yo esa anécdota de la mano de Vila-Matas? ¿Y dónde el resto de anécdotas que resonaban en mi cabeza: la novela de Macedonio Fernández o el libro Noches insomnes de Hardwick, dando por resuelta la última y menos significativa: Raymond Roussell y su libro Locus Solus, y descartando un puñado de autores tan recurrentes en los escritos de Vila-Matas que no cabía incluirlos en la liste misteriosa de Montevideo: Kafka, Tabuchi, Joyce, Walter. Bolaño, Stern…


Me sirven el café y abro el libro de Vila-Matas para leer estupefacto estas palabras: “Hay un cuento formidable de Julio Cortázar en el que el cuarto de al lado de una habitación de hotel juerga un papel fundamental. Es “La puerta condenada”, pertenece tanto al mundo de la ficción como al mundo real, y tiene como escenario la ciudad de Montevideo, en Uruguay”.


Estoy en la página 115, en el arranque de la tercera parte titulada precisamente Montevideo. Cierro el libro y miro por la ventana para comprobar que no estoy en un sueño deslucido y vuelvo a abrirlo para encontrarme con las mismas palabras. Para empezar queda claro por qué no encontraba la mención de Cortázar y su cuento: aún no había llegado a ella. Pero eso supone abandonarme sin protección al mundo cortazariano de la mano de Vila-Matas.


Llevo varios días buscando en Montevideo algo que aún no había leído pero que estaba convencido de haber leído… por segunda vez. Segunda lectura que no podía remitirme a una primera puesto que aún no se había producido. De los otros dejavus textuales —Macedonio Fernández, Raymond Roussel y Elizabeth Hardwick— ya tenía resuelto uno y probablemente podría resolver los otros dos si perseveraba en la búsqueda que me había propuesto revisando hoja por hoja las tres últimas novelas recuperadas del trastero. Pero el asunto Cortázar es radicalmente diferente: para empezar porque esa anécdota es central en la novela, pero además, y a diferencia de los otros tres casos, no he localizado la segunda aparición en las páginas que ya había leído, sino que, con evidente desafío de la lógica me lo acababa de encontrar en la página 115.




Avanzo por Montevideo, la tercera parte de la novela Montevideo mientras Vila-Matas va desgranando su investigación sobre ese cuarto quizá inexistente tras la puerta condenada del cuento de Cortázar y yo continúo investigando cómo me encontré con esa historia por primera vez y cómo sucedió que me convencí de haberla encontrado por segunda vez en una página aún no leída de su novela. Lo que parece fuera de toda duda —si es que efectivamente puede existir algo así— es que tanto Vila-Matas como yo estamos atrapados en un cuarto tomado, es decir, un cuarto aledaño a lo real en el que no me sorprendería encontrar también a Cortázar y, por qué no, a Bioy Casares.


Se cuenta, y lo cuenta el propio Bioy Casares que Cortázar y él escribieron casi casi el mismo cuento. Eran personalidades opuestas, lo que no impidió que a decir de ambos mantuvieran una intensa relación de amistad. Pero la amistad por sí misma no puede explicar que los dos escribieran el mismo cuento, o mejor dicho, que los dos se propusieran dar cuenta del fenómeno de las habitaciones situadas en los límites de la realidad, y lo hicieran mediante historias casi idénticas.


Anoche, mi búsqueda sistemática dio resultado otra vez: Raymond Roussel y su libro Locus Solus aparecen en el Kassel no invita a la lógica, y Macedonio Fernández en el Mac y su contratiempo.


Acompaño a Vila-Matas en su visita a los subterráneos del antiguo Hotel Cervantes, ahora llamado El Resplandor, como la película de Kubrick que transcurre en un hotel con una habitación misteriosa y terrorífica. La idea en principio es averiguar algo más sobre la habitación 104 aunque de momento lo único que el gerente nos dice es que no recuerda el paso de Cortázar por el hotel aunque sí el de otros huéspedes famosos que por cierto también se quejaron de ruidos inexplicables en habitaciones contiguas a las que ocupaban sin poder precisar si esta última era o no la 104.


Ayer, mi investigación en la red sobre los dos cuentos coincidentes y misteriosamente idénticos de Cortázar y Bioy, obtuvo como resultado una explicación bastante prosaica ya que lejos de haber sido escritos al mismo tiempo —que es la impresión que daban algunos al contarlo incluyendo al propio Bioy Casares— se escribieron con mucho tiempo entre ambos. Bioy escribió el suyo años después, de modo que la sombra del plagio planea sobre él.


Mientras Vilas-Matas se dejaba arrastrar por la fascinación de lo invisible, de lo inexistente quién sabe dónde y luchaba valientemente contra los Presuntos que querían a todas luces enloquecerlo o al menos confundirlo en torno a las andanzas de Cortázar en Montevideo, yo continué buscando entre líneas la explicación a tanto dislate intertextual temiendo acabar como el protagonista de la novelista de Melville mirando siempre una pared vacía. “Preferiría no acabar así”, me dije a mi mismo o a Vila-Matas que al fin y al cabo era quien decidía los destinos en las inmediaciones de este territorio cortazariano.


En la novela —concretamente al final de la tercera parte— Vila-Matas consigue adentrarse en la habitación 206 —de sus pesquisas en la gerencia pudo deducir que la habitación correcta no era la 104 sino la 205, de modo que la habitación condenada, sellada, olvidada o inexistente debía ser la 206. Tras desafiar la oscuridad, no puede evitar retroceder para tomar distancia siguiendo un consejo de su amiga Margaret Moore cuando, situado en el centro de la habitación se topa con una “robusta, inmensa, repugnante” araña de unos 15 centímetros con sus cuatro pares de patas.


Me estremezco en esa página 165 con el libro entre las manos y la tentación de cerrarlo de golpe y soltarlo en la mesa por miedo a que el “artrópodo repugnante” salte de entre sus páginas a mis manos.


Mi araña había hecho su repugnante aparición unos días antes de comprar Montevideo. Me había levantado de madrugada y caminado en medio de la oscuridad hasta el baño muy levemente iluminado por la lucecita blanca que pusimos en el único enchufe junto al lavabo. Mirando sin gafas en la semioscuridad abrí la tapa del water y enseguida, como afectada por m i gesto o por la levísima luz, apareció la araña, negra, de unos 15 centímetros con cuatro pares de patas negras que chapoteaban en el agua y en seguida, nerviosamente, volvió a sumergirse mientras yo daba un paso atrás, no tanto para tomar distancia, sino empujado por la monstruosidad.


Durante los días que siguieron, me pregunté una y otra vez si aquello había sido un sueño, una alucinación o un puro ejercicio de imaginación perturbadora que desde muy pequeños me hacía ver toda clase de criaturas extrañas en la oscuridad. Esperaba con tensión incontenible volver a ver la araña cada vez que iba al baño, pero al leer Montevideo comprendí que eso no sucedería, que la araña negra no volvería porque tras recorrer incontables alcantarillas y oscuras tuberías  subterráneas, había quedado encerrada por dentro en una habitación única perdida en un cuento de Cortázar.


Próximo al final de la novela, las palabras de Vila-Matas me han transportado a dos recuerdos de esos que dejan la estela tanto tiempo que puedes revisitarlos durante años. Y los dos están relacionados aunque de formas bien diferentes con Rimbaud a quien leí cuando yo tenía la misma edad que el poeta maldito cuando escribió sus versos llenos de pasión.


El más antiguo es el Pont des Arts donde Vila-Matas vio al propio Rimbaud cuando estaba en pleno ataque del Síndrome de los Virtuosos de la Suspensión, y yo vi una pareja de enamorados que se tapaba con un paraguas no por esconder sus besos sino por la lluvia que caía aquella noche sobre París, cuando recorrí parte de la orilla izquierda del Sena en pleno Síndrome de los afectados por la Sexta Casilla de Vila-Matas.


Es posible —lo pienso ahora con la ventaja de los años y de haber leído a Vila-Matas— que aquel joven tras el paraguas fuese Rimbaud buscando inspiración. O quizá no, quizá era una de las incontables parejas de amantes parisinos que buscaba refugio por miedo a quedarse encerrados en una habitación oscura del París de Cortázar.


El otro recuerdo es en realidad un fotomontaje que reúne dos imágenes, dos portadas de libro en realidad: la de Bartleby el escribiente en edición de Bruguera que encontré en Jerez en 1985, y la de Bartleby y compañía que compré años después, cuando ya me había dejado atrapar por el shandy barcelonés gracias al viaje vertical que me regaló mi mujer —que tenía por costumbre para mi solaz regalar no libros sino escritores.



Todo se conecta. Como si Cortázar lo hubiera planeado así. O mejor dicho, como si lo hubiese improvisado en clave Be bop. Qué horror: entrar en la escritura y comprobar que ya no puedes regresar. Escribir es entonces —como hubiera podido decir Kafka, o Cortázar hablando de Kafka, o Vila-Matas hablando de Cortázar hablando de Kafka, o Bartleby sin hablar de ninguno de ellos— la suma de los intentos de retorno… desde un punto del que no se puede regresar. De ahí que Rimbaud dejara de escribir tan joven y envejeciera solo en la imaginación de Le Clezio, o de Vila-Matas hablando de Le Clezio. 


Lo adictivo de sus libros —de Vila-Matas, no de Le Clezio— al menos desde Virtuosos de la Suspensión, es que puesto que nunca estás seguro de si lo que cuenta es realidad o ficción, por mucho que consultes la Wiki, termina creando una telaraña de personajes y sucesos ambiguos que pueblan la imaginación del que lee y relee y relee sin librarse de la sensación de atravesar una puerta, otra puerta, otra puerta… hasta cuándo… o hasta dónde…


Jesús García Blanca
Contacto: keffet@gmail.com


jueves, 27 de julio de 2023

PH en la noche de brujas





Aquí, en el café Peregrino, en el corazón del casco viejo de Pamplona, mientras ella descansa en la furgona que es ahora nuestro hogar, recordando una vez más la noche de emociones encendidas en el claustro del antiguo convento de Santa Chiara, en Piacenza.


Tras un rato de espera y discursos de presentación, PH camina rodeando las butacas alineadas en el patio del claustro y sube al escenario sosteniendo la guitarra en una mano y un puñado de hojas sueltas en la otra. Ella y yo nos apretamos las manos y cruzamos una mirada que recoge tantas cosas que hemos hablado sobre este momento…


PH suelta la guitarra y se sienta al piano de cola que ha presidido con su majestuosa figura el rato de espera. Permanece inmóvil apenas unos instantes y a continuación posa sus dedos sobre las teclas: el tiempo se rompe y mis ojos estallan.


Siete días antes, el 16 de junio, sentado en la terraza del café Limette, en Friburg, yo había escrito: “PH sale lentamente de la oscuridad y tras unos pasos se sienta ante el piano: suenan las primeras notas, las que había imaginado como arranque entre el lirismo y el misterio de una noche mágica: My room”…


Y en los días que siguieron volví a describir el comienzo del concierto con ese mismo tema. Lo escuchaba, veía sus manos interpretándolo, sentía esas primeras notas, esas palabras iniciales: “Sear… ching for diamonds in the sulphur mine… leaning on props which are rotten”…


Así que ese momento inicial, ese arranque de la noche con PH al escuchar esas notas, esas palabras de uno de los discos emblemáticos de Van Der Graaf, provocó en mí un desgarro por la confirmación de mi certeza y por el cruce de emociones por lo que ello significaba.


“Dreams, hopes and promises… promises… promises…”


Después, un Just good friends aún más melancólico que el de Love songs y otro impacto que me impulsó a agarrarme a ella para sentir su piel entre el frescor del rectángulo de piedras y andamios: Easy to slip away…


Y así, una hora y tres cuartos en un recorrido nada sistemático de esos cincuenta años de creación, más bien parecía que cada tema le sugería el siguiente, como enlace o como contraste, o siguiendo quién sabe qué itinerario emocional hecho de recuerdos o de retos o de imaginación desbordada: The mercy, The descent; el cambio ritual a la guitarra: un The Comet particularmente violento, los susurros de Shingle song, la solidez de Comfortable, el frágil lirismo de Ophelia, un Modern rotundamente agresivo, la delicadeza de Patient y el retorno al piano: A way out hasta lo más profundo, A better time, la nota de optimismo sin medida, Stranger still con un final de gritos estremecedores, Your time starts now y el final con Train time…


Se levanta. Da las gracias sonriendo y baja poco menos que a la carrera para huir del escenario agarrándose la nuca con las manos, con toda seguridad agotado, como diría Sabato, habiéndose vaciado de casi todo. Casi, porque aún quedaba un maelstrom final.


Ella y yo nos habíamos levantado con los aplausos finales de Train time y corrido hacia el fondo, donde el camino del escenario, flanqueado por cuerdas, lleva a las escaleras y la puerta de los improvisados camerinos. PH se detiene en el umbral, parece desconcertado, abrumado por los aplausos.


A pedido de la gente, el organizador del acto sube hasta el micrófono y llama: “Peter Hammill”. PH se detiene, se da la vuelta y camina de nuevo hasta el escenario. Se sienta al piano, levanta las manos, cierra los ojos: ahí ya lo sé; sé lo que va a tocar. Transcurren todavía unos momentos. La abrazo por detrás; los dos de pie, paralizados, estremecidos cuando suenan esas primeras notas y esa voz… “North was somewhere years ago and cold”…


Noche de San Juan. Noche de Sabato y las brujas. Noche de PH.


Los hados me han concedido escuchar la canción más emotiva del mundo del modo más intenso e inolvidable: abrazado a ella en la penumbra veraniega de ese convento en ruinas bañado de luces irreales que transforman los muros… “west is refugees home”… cada interpretación de Refugees es única, pero esta vez no solo añade matices a la entonación, a ciertas sílabas, a ciertos pausas o toques del piano, también introduce un cambio casi imperceptible pero lleno de belleza e intensidad en la letra, y en lugar de decir “but we’ll be happy on our own”, dice: “trying to be happy on our own”… lo intentaremos Peter…


Se levanta. Recoge sus partituras y su guitarra. Baja del escenario, esta vez muy despacio, y se marcha solo entre la penumbra donde lo abordo, aprieto su delgado brazo que saluda con las partituras desordenadas: “Thank you very much for all those years”. Asiente. Sube a saltos las escaleras y desaparece tras la puerta.


martes, 21 de marzo de 2023

Jesús García Blanca publica la Trilogía 1977


Las primeras palabras de esta trilogía fueron escritas durante el verano de 1984 en busca de respuestas a los misterios de la niñez.

Desde entonces, la Trilogía 1977 ha ido desarrollándose abarcando más y más recuerdos que se entrelazan con las historias de tres inventores geniales y malditos: Nicéphore Niepce que consiguió realizar la primera fotografía de la historia, Charles Cros inventor de un artefacto para grabar y reproducir sonidos y Agustín Le Prince, autor de la primera película conocida.




En la primera entrega, El Fondo de la Luz, el relato revela escenas casi olvidadas de la infancia del autor, palabras que no entendía, pesadillas que lo acosaban…

Al interrogar a sus familiares sin conseguir respuestas se convenció de que algo había sucedido en su familia y comenzó a buscar pistas en las viejas fotografías guardadas en su casa.

Con los años, esa investigación sin resultados se sumó a la atracción por la fotografía y por la historia de su invención.

En la segunda entrega, Las Escrituras de la Noche, las voces narrativas se disgregan en perspectivas diferentes y el autor recupera su relación obsesiva con la música, viaja al pasado para encontrar al poeta maldito que inventó el paleófono, y a un futuro inquietante en el corazón de la Ciudad Libre… una mezcla de emociones concentradas en el mágico, nebuloso y caótico 1977.

La tercera y última entrega, Las Últimas Preguntas, tiene el cine como eje argumental. Los interrogantes retornan, se retuercen, se abren para volver al pasado y llevar a cabo la búsqueda final en las profundidades de la InterZona, el territorio de la memoria y la imaginación.

La Trilogía 1977 resulta ser así un laberinto trazado en la mente de su autor por el que vagan sus descendientes buscando —por encima de sus contradicciones, sus errores, sus extravagancias— dar un sentido a su legado.


JESÚS GARCÍA BLANCA Maestro durante treinta años e investigador social entre 1994 y 2022. Es autor de cinco libros —en castellano, catalán, italiano y francés— en los que analiza las relaciones de poder en los campos de la salud, la educación y la ecología. Y ha publicado cientos de artículos sobre estos temas en Discovery DSalud, Ekintza Zuzena, Tu Bebé, Mente Sana, y Cuerpomente, entre otras. En 2022 retomó sus proyectos literarios y ha publicado las novelas: El Manuscrito de Apolonio, primera entrega de El Segundo Río, y Redención, arranque de la Trilogía de la Ciudad Blanca.



Primera entrega: El Fondo de la luz. 131 pp.
Segunda entrega: Las Escrituras de la Noche. 270 pp.
Tercera entrega: Las Últimas Preguntas. 273 pp.



miércoles, 29 de junio de 2022

Lecturas de El Segundo Río (1)

La primera entrega de El Segundo Río, El Manuscrito de Apolonio, tiene un largo recorrido desde que escribí los primeros textos en 1980. Y desde entonces ha ido reuniendo un puñado de lectores, personas cercanas que han tenido la paciencia y casi diría el arrojo de dedicar su tiempo a leer esas páginas paridas con placer y dolor que me han acompañado casi toda mi vida.

En algunos casos, esas personas me han hecho llegar sus comentarios sobre la experiencia de su lectura, palabras de apoyo o simplemente impresiones de un viaje que cada cual ha vivido a su manera.

Voy a compartir fragmentos de esos mensajes que quizá animen a otros lectores a emprender ese viaje ahora que tras un duro y minucioso trabajo de corrección la novela está disponible públicamente.



Dado que todos los días tengo que viajar dos horas ida y dos horas vuelta para ir y venir del trabajo, he vuelto a coger tu novela para hacer una segunda lectura [...]. Estoy disfrutando como una bellaca en esta nueva lectura [...] Hasta me he apuntado algunas de las recetas que salen porque me apetece comerlas.

Algunas ideas, comentarios, palabras... sin orden. Me parece fantástica la forma en que has construido la novela. [...] Cada vez que descubro cómo un trozo encaja con otro anterior, me produce como un "regusto" porque me encanta esa forma de contar una historia, esa forma de ir dejando abiertas ciertas partes para luego retomarlas. Tú mismo lo defines en este trozo: "sin tiempo, con una especie de simultaneidad infinitamente diversificada, multiplicada o soñada, como si los acontecimientos de toda mi vida, pero especialmente estos que aún me atormentan, fueran unos hijos de otros, unos creados por otros, pero no en el sentido de causa o consecuencia, sino como si estuviesen unos dentro de los otros, existiendo a la vez pero en diferentes planos, unos por otros, unos concebidos en otros y a la vez sostenidos por ellos, como si la memoria no fuese dar marcha atrás, sino simplemente mirar, sin orden, en todas direcciones".

Creo que le he cogido un tremendo cariño a Démades y disfruto con cada palabra suya cuando va relatando su historia con Dinarco. Es para mí una persona muy especial, imponente diría yo.

Con la parte de Alejandría empecé a sospechar (y no me he equivocado) que la novela iba a suponer para mí una de las lecturas más intensas que he hecho, y que el grado de disfrute iba a ser muy superior a cualquier cosa que haya leído (como así está siendo).

Al entrar de lleno en Qa'art Hadast, me acordé que tengo el CD de la banda sonora de Alejandro, de Vangelis. Así que decidí leer algunos trozos en casa oyendo esa música [...] y la verdad es una experiencia preciosa. Casi me parecía estar con ellos en esos locales bebiendo kefet (lo sustituí por unos chupitos de pacharán). A veces levantaba la vista de los folios y me parecía que iba a ver a Eudoxo con su caja musical, o a Démades arremolinado en el sofá con su jarra de vino y esa mirada tan intensa que a veces tiene (o siempre).

En toda esta parte (y quizá en toda la novela) veo esa idea de que no somos libres, de que creemos ser libres sin serlo. Esa vigilancia que siempre ha existido, poderes de ahora y de siempre, poderes sin caras pero que muchos sabemos que están ahí acechando [...].

Para mí, Apolonio sencillamente eres tú; así de claro lo tengo. No consigo ponerle otra cara, incluyendo tu forma de vestir actual, no consigo verlo vestido con ropa de la época, y al ser él tú y tú él, es el personaje que más conozco, es entrañable y me adelanto a veces a su forma de actuar, o cuando leo algunas de sus determinaciones entiendo que no podría ser de otra forma porque sé cómo es y qué haría [...]. Te veo en sus palabras, te reconozco perfectamente.

Me atrevería a decir que hay trozo en los que me veo a mí misma, hay cosas que leo con las que me identifico totalmente y con ello, me voy conociendo mejor. Como si hubiera partes de jí que aún no he definido y al leer tus palabras entiendo que yo soy así o he sido así. Como cuando sospecho cosas de mí y no se nombrarlas porque me faltan las palabras y aquí las encuentro.

Bueno, esto es un ejemplo: "Decía que nunca estábamos satisfechos con nuestras decepciones, que siempre continuamos escarbando en aquello que nos parece aún sólido y estable, siempre buscando una fisura, algo que nos lance de nuevo a ese océano de la inseguridad, que nos devuelva la duda, la necesidad de continuar interrogando a nuestro entorno, que nos reporte nuevamente excusas para la autocompasión, para la insatisfacción, para la búsqueda permanente ... que todos dejamos de ser cada uno para perdernos en aquellos que amamos".

Sigo con mi viaje.

Charo, 2010.



viernes, 24 de junio de 2022

111 años... última sincro-lectura: Sabato

Imposible no acudir a mi cita de cada año con Sabato y la noche de brujas.

Sabato hubiera cumplido hoy (o ayer) 111 años, un número irresistiblemente rocambolesco.

Y este año es especial porque Antonio Ñeco -autor de El Maestro de Casas Viejas- y yo hemos decidido abordar nuestra última Sincro-Lectura, que será, por supuesto Sobre Héroes y Tumbas.

Volvemos a caminar con Martin por Buenos Aires. Volvemos al Parque Lezama donde intuimos la presencia vaga de Alejandra. Volvemos a cabalgar con el general Lavalle. Volvemos a descender al mundo ominoso de los ciegos. Volvemos a hacernos las preguntas esenciales y a constatar que no tenemos respuestas...

Y eso es precisamente lo que nos mantiene escribiendo o pensando en escribir o decidiendo que vamos a escribir o aguantando el tirón de los acontecimientos cotidianos hasta volver a escribir...