domingo, 30 de junio de 2013

Rayuela

Así habían empezado a andar por un París fabuloso, 
dejándose llevar por los signos de la noche...

Rayuela cumple 50 años y mi primera inmersión en sus páginas 34 -en la edición de Edhasa/Sudamericana de 1979. El maestro del relato, el creador de absolutas maravillas que me hicieron estremecer con esos 19 añitos tan vulnerables: Autopista del sur, Carta a una señorita en París, Casa tomada, El perseguidor... esa voz que te hipnotizaba desde lugares imposibles, tenía que escribir esto, esta cosa indefinible, inabarcable, que te sacudía a cada instante, que te atrapaba, te envolvía, te subyugaba y te hidromurizaba tambaleando entre los forbides escremeleantes sin aviso ni honduria...

La pregunta -tremenda y desasosegante- es: ¿volver a leer Rayuela?


¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.


Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo...

... Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carnias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.


Bebé Rocamadour, bebé bebé. Rocamadour...
... madame Iréne no está contenta de que seas tan lindo, tan alegre, tan llorón y gritón y meón. Ella dice que todo está muy bien y que eres un niño encantador, pero mientras habla esconde las manos en los bolsillos del delantal como hacen algunos animales malignos, Rocamadour, y eso me da miedo... Hay una cosa que se llama tiempo, Rocamadour, es como un bicho que anda y anda. No te puedo explicar porque eres tan chico... pero ellos que todo lo entienden tan bien no te pueden entender a ti y a mí, no entienden que yo no puedo tenerte conmigo, darte de comer y cambiarte los pañales, hacerte dormir o jugar, no entienden y en realidad no les importa, y a mí que tanto me importa solamente sé que tengo que estar sola con Horacio, vivir con Horacio, quién sabe hasta cuándo ayudándolo a buscar lo que él busca y que también tú buscarás, Rocamadour, porque serás un hombre y también buscarás como un gran tonto... 


jueves, 21 de marzo de 2013

REM


Fotografía: M.Jiher

sábado, 9 de marzo de 2013

En el termitero de Mircea Cartarescu


"Eso ya no era música, o era la música de la que hablaban los pitagóricos. Ningún oído humano podía oírla porque no se basaba ya en sonidos, ni siquiera en materia, sino que penetraba en las pulsaciones cósmicas, trenzándose con ellas y obligándolas a transformarse".
A esa altura de Nostalgia, cuando únicamente nos separa una página del instante final al que ansiábamos llegar pero no llegar nunca, hace mucho que hemos comprendido que eso ya no era literatura, sino  pulsaciones cósmicas que creaban un canal misterioso con la parte oscura del lector obligándolo a transformarse.




Bajamos al semisótano de la librería Rafael Alberti y allí estaba Mircea, sentado en una silla de tijera junto a Marian Ochoa, su traductora, a quien tanto debemos. Nos íbamos apretando en la penumbra mientras él miraba en silencio a algún lugar recóndito.

Llegaron después Ignacio Vidal-Folch y Enrique Redel, el editor de Impedimenta, con una desbordante sonrisa de satisfacción que parecía decirnos a todos: "sí, he sido yo; yo he tenido el inenarrable privilegio de ofreceros sus libros, y pienso seguir haciéndolo mucho tiempo".

Redel explicó que la presencia allí de Cartarescu era fruto del azar. Quiero creer que pronunció esa palabra entrecomillada, refiriéndose más bien a eso que Leibniz llamaba Armonía Preestablecida aludiendo a una cadena de sucesos unidos por la magia de lo inefable y en la que ahora encajaba esa otra cadena inasible que me había llevado hasta Madrid, a 500 kilómetros de mi casa para una visita inusual a mi amigo Ñ.





Tras las presentaciones y una aproximación sumaria de Vidal-Folch en la que a punto estuvo de arrebatar a muchos presentes el vértigo de El ruletista, él mismo lanzó una primera pregunta. Pero Mircea no respondía a las preguntas directamente sino mediante un quiebro en el que combinaba con astucia el agradecimiento, la anécdota y la confesión de sus profundas turbaciones. Parecía decir sin decirlo: "Estoy aquí por obra y gracia de la literatura, la literatura leída que alimentó esas interminables horas de mi adolescencia, y por la literatura escrita, con la que ahora os alimento a vosotros".

Así que allí estábamos los cuatro: mi amigo Antonio y yo, y mi compañera M buscando atrapar con su cámara las recónditas expresiones y los gestos de profunda meditación de Mircea, quien ahora nos contaba la metáfora genial del termitero para explicar su aproximación a la escritura. Las termitas no planifican el termitero, simplemente lo hacen porque el plan del termitero es la propia termita. Y eso es Mircea; eso es REM en particular: una salvación y una condena al mismo tiempo: La condena de Kafka que nos salva de morir petrificados tras una noche de fantasmas.

Mircea escribe como las termitas, como Kafka, aceptando el dolor de permitir que tu mundo interior salga desgarrándote. Así las vueltas de tuerca que marcan su obra: en El ruletista señaladas gráficamente por las balas, pero presentes igualmente en todos los textos de Nostalgía y quizá llevadas al extremo en El Arquitecto que podría considerarse -y así se lo comenté- una especie de Teoría de la Novela de Cartarescu: los giros geniales en el fluir de su portentosa imaginación que nos arrebata mientras sus pulsaciones cósmicas nos lanzan hasta más allá del umbral de lo real.

Cerramos Nostalgia con una mezcla de agotamiento y plenitud. Con ese temblor con el que leíamos hace treinta años y que pocos hemos vuelto a repetir, sencillamente porque en este océano de millones de libros en el que nos hallamos, resulta poco menos que imposible encontrar un Escritor, así con mayúsculas sabatianas, un Escritor como Mircea.



Fotografías: M.Jiher