viernes, 2 de agosto de 2019

Emociones a ritmo de jazz y oleaje

Un café frente a la playa. 

Entre mis manos, esa mirada inasible recortada sobre la luz de un patio y la imagen de un faro siempre majestuoso. 

Un olor agridulce se apodera de mí; el comienzo -pausado, pero persistente- de un firme fluir de imágenes sepia a ritmo de jazz. La escritura luminosa de Antonio Ñeco me envuelve...

Camposoto, el mar, Sancti Petri... paisajes que despiertan emociones casi olvidadas con un pulso contenido.


A medida que pasan las páginas -mucho más rápido de lo que quisiera- las heridas se abren. Lo que comenzó como sensación agridulce ahora empieza a mostrarse como ternura, dolor, inminencia de tragedias.

No es facil viajar al pasado, y menos aún encontrar el tono, el ritmo, el lenguaje adecuado para compartir ese viaje hasta el final. El maestro de Casas Viejas lo consigue magistralmente.

Unas pocas palabras rotundas, sin adornos, con el filo descarnado de su propio perfil son capaces de devolvernos la consciencia de la dignidad.

Y después... la caída, el cabo de Buena Esperanza, el abismo.

Entre tantos personajes entrañables, me quedo con Jonás...