lunes, 5 de noviembre de 2012

Erlendur: el detective que surgió del frío



Es difícil seguir la evolución de estos autores que se traducen sin orden, a golpe de criterio publicitario y en ocasiones sin mucho conocimiento por parte de los supuestos especialistas. A modo de ejemplo: acabo de ver en el monográfico que la revista Qué leer dedica a la novela policíaca que La mujer de verde es el "debut" de Indridason en España. Al parecer ya no se recuerda que RBA ya había publicado en 2006 -supongo que con escaso éxito de ventas- Las marismas, con una magnífica fotografía de portada que un buen día me llevó a comprar a aquel desconocido en una librería de saldo.

Quizá me hago un lío yo también, y esta "nueva entrega" del inspector Erlendur Sveinsson no es tan nueva. Sea como sea, se observa un cierto empeño en profundizar, más allá de los pormenores del caso -limpiamente trazados- en los recovecos helados -en más de un sentido- del hermano casi gemelo de Wallander.

Pero sí, más allá de ese recurso perfectamente resuelto para acercarnos al pasado -osea, al interior de Erlendur- que es su brutal sentimiento de culpa por la trágica y absurda muerte de su hermano, estamos otra vez ante una de esas novelas de género que se agradecen piadosamente.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Sobre los acantilados de Jünger


¿Es posible dejar a un lado los pormenores existenciales de un autor y leer su obra sin más? Quizá dependa de cada caso. Parece evidente que cientos de artistas lejanos en el tiempo nos lo ponen fácil si uno decide no indagar demasiado.

Yo por ejemplo pienso muy poco en las ideas políticas de Schubert o Brahms cuando escucho su obra de cámara, de modo que esos apellidos se convierten casi en una mera referencia para ubicar sus obras.

¿Por qué los Acantilados se convirtieron ya en su día en una especie de alegoría premonitoria del horror nazi? O, más importante aún, ¿debemos leer los Acantilados a la luz de esa interpretación? ¿Debemos leer cualquier obra a la luz de sus posteriores interpretaciones?

En muchos casos -y este es indudablemente uno de ellos- es casi imposible no hacerlo. El precio es alto: el riesgo de perdernos innumerables matices que no acompañan la interpretación canónica.

¿Entonces? Sí, no cabe duda de que estamos ante una novela notable, intensa, con un lenguaje -según se entrevé en la traducción- elaborado aunque por momentos más afectado de lo necesario y unos personajes atractivos que, no obstante, no acaban de emocionar.

lunes, 6 de agosto de 2012

Kafka: el escritor como animal


Prodigioso.

No se me ocurre otro adjetivo para describir el tour de force que debió suponer para Citati escribir este libro.

Leer a K es una experiencia cuando menos perturbadora. Pero escribir sobre ello supone un reto que pocos han sido capaces de asumir sin dejarse arrastrar por tópicos, academicismos o poses más o menos afectadas.

Citati ha conseguido conectar con lo inasible, con ese empeño invisible que empujaba a K a desafiar las limitaciones humanas para extraer de su interior un caudal oscuro de seres portentosos.

La paradoja kafkiana es que alguien que casi no logró terminar sus obras -desde luego ninguna de sus novelas- ha permanecido como modelo de Escritor, así con mayúsculas. Quizá porque el verdadero Escritor es precisamente el que no se deja esclavizar por la insignificante contingencia de acabar una obra y se abandona completamente a la escritura... como un animal.

Y ahí queda el impresionante capítulo III del libro de Citati en el que se mete en las entrañas de K para explicar a los lectores lo inexplicable, el insondable misterio de quien decide hacer de la escritura el núcleo central de su vida: "Era una especie de alquimia: abolir la vida dentro de sí, y transformarla en esa sustancia pura, translúcida, ausente, vacía, que se llama literatura. De no haberlo hecho, de no haberse quemado y sacrificado al pie de un altar de papel, el dios de la literatura no le habría dejado vivir".




¡Imposible acercarse siquiera a mil kilómetros del lugar al que llegó K! Cavando y cavando, adentrándose en el abismo sin luz, respirando el aire enrarecido de los terrores sin nombre. "La noche por sí sola no le bastaba. Como su inspiración no venía de las alturas sino de los abismos, también él debía descender cada vez más abajo, hacia las profundidades de la tierra; y llegado allí abajo, encerrarse, como el prisionero que el fondo de su alma era".

Imposible leer a K sin que se nos revuelva el estómago. Imposible pasar por alto que un ser humano -eso era por mucho que nos cueste admitirlo- pudo agujerear los muros de eso que llamamos realidad para traernos esas páginas. ¿Cómo lo logró? El propio K lo explicó así en una carta a Felice Bauer:

"Con frecuencia he pensado que la mejor forma de vida para mí consistiría en encerrarme en lo más hondo de un vasto sótano con una lámpara y todo lo necesario para escribir. Me traerían la comida y me la dejarían siempre lejos de donde yo estuviera instalado, detrás de la puerta más exterior del sótano. Ir a buscarla, en bata, a través de todas las bóvedas, sería mi único paseo. Acto seguido regresaría a mi mesa, comería lenta y concienzudamente, y enseguida me pondría de nuevo a escribir. ¡Lo que sería capaz de escribir entonces! ¡De qué profundidades lo sacaría!"

martes, 17 de julio de 2012

Schmidt Nobodaddy



Puede que sea obligatorio leer a Schmidt, pero no es fácil. Y desde luego no ha debido ser fácil traducirlo.

A buen seguro, es uno de esos autores imposibles de conocer para quienes nos aproximamos desde otra lengua, porque su auténtica esencia se esconde en sutilidades intraducibles.

La tarea de leer la Trilogía Nobodaddy -porque es una tarea- se ve afortunadamente suavizada por la inteligencia con la que se ha organizado el material.

Me he detenido entre la segunda y la tercera entrega a causa de un inesperado regalo -el Kafka de Citati- pero mi intuición me ayuda a redondear el comentario: El fauno tiene la capacidad -quién sabe si calculada- de introducirnos en la escritura dificultosa de la trilogía; el brezal es quizá la más barroca de las tres breves novelas; y estoy seguro de que Espejos negros merecerá la espera.

Lo contaré en breve.

domingo, 24 de junio de 2012

Desde el otro lado (II)



Así como García Marquez no podía dejar de leer una y otra vez Bajo el Volcán, algo en ese libro lo hacía volver inevitablemente a sus páginas, algo en Sobre héroes y tumbas nos agarró de la misma manera desde la primera vez que la leímos hace ya treinta y cinco años.

No ha sido solamente una vuelta física al encuentro con el libro, sino también, y con un magnetismo arrebatador y escalofriante, una vuelta existencial, una búsqueda interminable por los más abruptos y aterradores túneles de la vida.

Al maestro le debemos en gran parte todos esos demonios, toda es legión de fantasmas que nos ha acompañado todo este tiempo, y que han hecho que nosotros estemos trincados irremisiblemente a la escritura.

Un abrazo.
Antonio.

sábado, 23 de junio de 2012

Con Sabato en la noche de brujas


Leí la gran novela de Sabato, por primera vez, cuando tenía la edad de su protagonista.

Hablo de Sobre héroes y tumbas, y hablo de 17 añitos. El cataclismo emocional que supuso para mí solo podría explicarlo el adolescente que fui entonces, el mismo adolescente que se aferraba a las cosas intangibles, que anhelaba toneladas de calor humano en el desolador vacío de patios de colegios y calles polvorientas.

He vuelto en incontables ocasiones a ese mundo inefable que subyace bajo el Buenos Aires de Sabato, ese mundo que presentía bajo mis pies en las calles de cualquier ciudad -porque hasta allí llegarían las últimas conexiones de los túneles poblados por las criaturas de la noche.

Volví una vez más a los abrazos desesperados de Martín y Alejandra cuando tenía la edad con la que Sabato escribió aquellas páginas terribles y maravillosas.

Y ahora, cuando empiezan a adivinarse a pocos metros de mi ventana las fogatas de San Juan, los murmullos de la noche de brujas, he vuelto otra vez a él, al explorador de los abismos, al Queronte del infierno de la escritura, a la voz de los adolescentes perdidos, anhelantes de eternidad, embriagados de esperanza aún en los tiempos más difíciles.

Para vos, maestro, el tango del mirador de Alejandra:



jueves, 21 de junio de 2012

Los electrocutados de Zooey


Dizze y Oidas eran dos planetas. Dos planetas que giraban uno alrededor del otro por un firmamento privado y secreto, como una pareja de vals en la glorieta de un parque abandonado por el futuro. La danza alrededor de un centro que se habían fijado en la infancia, la razón por la que vivían, la esperanza y el refugio que habían antepuesto ante cualquier contratiempo y tormenta.


La escucha de la frase del Sistema Solar era algo más que una investigación científica, era para ellos el sentido mismo de su existencia como planetas, era lo que justificaba que no hubieran tenido descendencia, ni satélites, ni otra vida en el interior de sus atmósferas.


En pocas páginas, el universo.

Los juegos intertextuales de Zooey son apasionantes. Es un pseudónimo salingeriano, es un personaje de sus propios libros, es un ser eléctrico y ecléctico al servicio de sus propósitos de comunicación.

Los electrocutados es un desafío, un enigma que se consume en sí mismo, que nos deja anhelando más, cuando se acaba la última de esas escasas 172 páginas de textos sin género, ni etiqueta, ni posible clasificación. La ficción se convierte en el meollo de microensayos teóricos que desbordan una fría locura sin contención.

Y todo esto sazonado de melancolía.

jueves, 29 de marzo de 2012

Contra el día (primer retorno)


La mitad del Dietario Voluble de Vila Matas me devuelve a Pynchon.
¿Por qué? Imposible no saberlo. Imposible explicarlo.
Así que aquí estoy en la página 519 a punto de terminar la segunda parte y adentrarme en Bilocaciones.
¿Qué me tiene reservado el Espato de Islandía? 
¿Cuánto tiempo seré capaz de aguantar esta vez?

martes, 27 de marzo de 2012

Modiano, Echenoz, Michon

¿Qué lector que se precie -quiero decir que se precie de ejercer es grandiosa ocupación- no está en un momento u otro perdido en alguna parte de alguna de esas grandísimas novelas de Pynchon?



Interrumpí Contraluz para caminar por senderos cortos de ida y vuelta. Pero antes de regresar me topé con La Broma Infinita, que a su vez interrumpí para caminar nuevos senderos de los que aún no he regresado del todo -ni a Wallace ni a Pynchon:



La brevísma y concentrada narración -que no novela- de Michon, El orígen del mundo, que parece rozarte la mejilla con un frío cortante; la menos breve pero más accesible -aunque admito que algo decepcionante en su tramo final- Relámpagos; y la enorme -no por el tamaño, claro, Trilogía de la ocupación de Modiano.


Aquí tengo que hacer un punto y aparte.

Modiano es mucho para mí. Es como caminar sin rumbo por una ciudad desconocida y detenerse de tanto en tanto a tomar una copa en un local extraño en el que constantemente nos parece haber bebido toda la vida. Me preguntó qué haré cuando haya leído todas las novelas de Modiano... ¿Empezar de nuevo? ¿Viajar a París? ¿Confiar en que su ritmo de escritura supere a los empeños editoriales de traducción o a mi propia capacidad para conseguir los libros?

Terrible dilema.