sábado, 17 de noviembre de 2018

El libro de las lágrimas de Kerouac

Una recomendación en facebook, o más que eso: el recuerdo de una lectura de juventud que marca una vida, me ha traído a Kerouac.

He interrumpido la intensa Cegador I para viajar a los subterráneos, al San Francisco -real o imaginado- de los cincuenta, a la alegre y calurosa California, a los pasos desconocidos de Kerouac y Olmo al ritmo del Bop frío.

Y sí. Es él, el de siempre, el de hace años, el mismo que se asomaba desafiante desde el rollo de On the Road y el mismo que acompañaba a Neal -que para mí será siempre Nick Nolte en aquella peli de John Byrum con música de Jack Nietzsche que vimos juntos en un cine de verano de Granada hace mil años.

Extraña sensación leer a Kerouac mientras describe las montañas y el desierto más allá de San Francisco con el recuerdo aún vibrante, intenso de mi conversación con Olmo esta madrugada -justo unas horas después de que comenzara a leer las páginas de Los subterráneos- mientras él camina esos mismos paisajes o los recorre en un viejo carro que muy pronto morirá en un arcén bajo el sol.

Los subterráneos es una explosión de texto.

Es efectivamente como los excesos de Charlie Parker, como su extraña impaciencia ante el mundo, su búsqueda sin medida -que Cortázar narraría con meticulosa melancolía.

Los personajes -los alter ego de Kerouac y su pandilla- son fragmentos de existencia al servicio de un fulgurante zoom de emociones desbocadas, de vivencias al margen, o mejor, por debajo de la vida ordenada del American Way of Life -de ahí el título.

Blake, Baudelaire, la noche, el jazz.

Son las referencias que Kerouac quiere grabar en la mente del lector y las repite una y otra vez. Porque quiere teñir de negro su "libro de lágrimas" o porque quiere desdramatizar y convertir la historia en juego literario...

Pero luego están esas larguísimas frases -como las que escupe el saco de Parker o el piano de Monk- llenas de sufrimiento, de rastros fugaces, de unas vidas lanzadas a un futuro irremediablemente corto, inmediato, frustrante, teñido de alcohol y maría.

"Y yo me vuelvo a casa habiendo perdido su amor.
Y escribo este libro".



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