miércoles, 24 de junio de 2020

24 de junio 2020

Imposible resistirse.

He elegido el pasaje clave de Abaddón: "Salió a caminar sin rumbo" en el que S. termina transformándose en Vidal Olmos y las dos novelas se superponen como pieles irritadas y escarnecidas que se tocaran en una oscuridad sangrante.



La iglesia circular de la Inmaculada Concepción en el corazón del barrio de Belgrano, el nudo sabatiano del Universo de los Ciegos, el centro del laberinto de la escritura nocturna, el vórtice de los fantasmas y las obsesiones, el lugar al que conducen los caminos de Martín, de Bruno, de Marcelo, de Soledad, del propio Sabato... todos ellos y muchos más, como Fernando Vidal, como R., como el doctor Schneider, convocados una y otra vez por el fuego del dolor y la recreación en el que se consume la imagen de Alejandra caminando para siempre en la tarde del Parque Lezama.

Estoy en mi cafetería de siempre.

Sobre la mesa, el vaso de café ya vacío con las marcas de espuma cada medio centímetro, delatando las veces que me lo he llevado a la boca con esos círculos marrones imprecisos, y junto al vaso, el libro comprado en la InterZona en 1982, último año de mis estudios de magisterio, el año de Miguel Teruel y el los escritores del Boom: Cortázar, Donoso y Sabato, sobre todo, los escritores que marcaron la segunda herida de mi vida de escritor después de la primera con Poe a la cabeza de una legión nocturna.



Abaddón el exterminador. Edición de Seix Barral. Primera edición definitiva en Biblioteca Breve de la tercera edición argentina corregida y revisada por el autor en marzo de 1978. La enésima revisión definitiva. Bordes amarillentos. Reparado con cinta adhesiva. Esquinas deterioradas. Páginas manoseadas. Y sobre todo, esas ocho puñaladas cuyo autor nunca logré establecer y que traspasan con furia las primeras ciento veinte páginas, justo hasta la carta al joven escritor cuya copia me envió hace una eternidad el propio S.

Noche de brujas.
Noche de escritura para siempre.