lunes, 18 de junio de 2018

La quintaesencia de Mogador

11 de mayo

Ha llegado el Quinteto de Mogador. Preciosa edición con ilustraciones sugerentes y títulos prometedores: Los nombres del aire, En los labios del agua, Los jardines secretos de Mogador, La mano del fuego y Nueve veces el asombro.


Sé que se convertirá en una intensa experiencia de lectura que no acabará en el propio Quinteto y que las ramificaciones de este viaje a Marruecos se extenderán durante mucho tiempo y se estrecharán -ya han comenzado a hacerlo- con mi propia escritura de El Segundo Río.

Escuchando a Alberto Ruy Sánchez he detectado preocupaciones comunes -la búsqueda de una voz, la importancia de la escritura interna, la obsesión por detalles aparentemente pequeños que confieren a los textos su propia personalidad, la extensión o dispersión de la escritura durante años, el hallazgo de un tiempo y un lugar para la escritura que es al mismo tiempo real y ficticio, que se alimenta de emociones reales y juega con la literatura y con el arte... el resto lo averiguaré cuando comience a leer.




16/24 de mayo

Mogador es la mismo tiempo un canto a los sentidos, a las emociones, a la búsqueda del placer... y una exploración narrativa llena de claves autobiográficas, de marcas en el camino de un nómada, de recuerdos llenos de sentimientos de un viajero que recorre los desiertos consciente de que son una metáfora del mundo interior. Y así, va llenando las arenas y el sol con los cinco elementos presentes en todas las culturas: aire, agua, tierra, fuego y espíritu, que el prefiere llamar asombro.

Mogador llena de luz los momentos en los que nos detenemos a recordar y buscamos desesperadamente un sentido a los días de una vida aparentemente vacía, o quizá llena de palabras incomprensibles. Pero Mogador también llena de palabras lo inexpresable, o lo que creemos a primera vista inexpresable, porque su significado se pierde por los caminos azarosos de sonambulos que no saben -que no sabemos- de dónde vienen, a dónde van ni qué les trasmite un mundo nocnturno hecho de peregrinaciones inciertas y voces sin rostro.

Mogador es un libro de libros, un agujero por el que escapan las palabras escritas buscando su lugar más allá de lo evidente.

Mogador es el ritual de un culto a la piel, a los cuerpos bajo la piel,  a lo insondable tras la mirada por la que escapan los misterios del deseo. Es un libro de buscadores, de amantes, de seres perdidos en un mundo que no soporta la tiranía de lo cotidiano, de vidas desperdiciadas en la contención. Un libro  de noches sin dormir y comunión de cuerpos que se abandonan al ritual del amor como forma extrema, absoluta de entrega sin condiciones.



sábado, 16 de junio de 2018

De Brujas a Mogador

El mes de abril ha resultado ser caótico.

Me pasé los primeros quince días pensando que viajábamos a Portugal y buscando lecturas que acompañaran la decisión y el viaje como suelo hacer. Pero, repentinamente, otro viaje se cruzó retorciendo las compras, las lecturas y las expectativas.

Así que después de Matadero Cinco di un salto de continente para leer Amras, después hice tiempo hasta el despegue del avión leyendo un memorable cuento de Salinger, y ya en los Países Bajos me sumergí en Brujas, la ciudad y la muerta y retorné leyendo en el avión El origen. Ya en tierra comencé -y digo comencé- Nosotros dos, no pude resistirme a Tren nocturno a Lisboa y, una vez decidido nuestro próximo destino: Marruecos, me metí de lleno en el mundo de Mogador.

14 de abril

He saltado de Kurt Vonnegut a Thomas Bernhard, un autor a la altura de esa intensidad europea que el autor de Matadero Cinco no muestra ni por asomo.

He elegido Amras; quizá por lo que el propio Bernhard cuenta : una historia que surge en medio de la impotencia tras Helada. Es un buen momento para leer a Bernhard (y eso que ningún momento parecería en principio bueno para leer a Bernhard). Lo he descubierto al comenzar Amras y sentir que la lectura fluía de un modo especial -quizá esa deba ser mi relación con él -quizá esa viene siendo de hecho mi relación con él: la de esperar esos momentos de hambre de intensidad en los que la única peripecia ansiada es la del espíritu -Bernhard es un escritor del espíritu, un narrador de almas...

La escritura de Bernhard abre heridas que podrían parecer cicatrizadas. Esa forma de repetir adjetivos, nombres, frases; extrañas aliteraciones nada musicales que rompen constantemente un ritmo ya en sí mismo sincopado. ¿Cómo será leer a Bernhard en su idioma original? Porque Bernhard se propone mucho más que una mera cuestión de estilo -lo suyo no es una voluntad de destacar, de apartarse formalmente del resto de prosistas europeos; lo suyo es dolorosamente vital, lo que significa que no busca, si no que deja brotar, deja explotar, deja que los escombros se amontonen a su alrededor hasta transformar el paisaje por completo.

Amras es un discurso obsesivo sobre la enfermedad y el suicidio; sobre la muerte. Es una voz que se queja, un lamento con pinceladas románticas y lúgubres. Bernhard deja una extraña sensación de melancolía, como si hubieras estado mirando las aguas pobladas de insectos de un río oscuro.

17 de abril

¿Cómo sería un mundo sin literatura? ¿Cómo sería mi día a día sin poder leer novelas, relatos, o para ser más exactos y dramáticos: ¿cómo sería mi vida cotidiana sin poder volver a leer, es decir, sin poder leer sabiendo lo que era leer?

Pocas veces me sucede, pero de repente me he visto sin provisiones y he acudido con desespero a la biblioteca a por lo primero que pudiera caer en mis manos o mis ojos: he releído Un día perfecto para el pez plátano y he ganado el tiempo suficiente para lanzarme al siguiente libro... ¡angustiosa experiencia que espero no se repita!

18/24 de abril

La lectura de Brujas la muerta se confunde con Brujas la conservada en formol para los turistas. Un librito fascinante de leve sabor amargo que se lee como el flujo del agua en los canales de Brujas, de Utrech, de Gent...

24 de abril

El origen está resultando mucho más suave que Corrección -y eso que es una diatriba brutal contra casi todo -pero suave a pesar de todo en su discurrir lingüístico, en su narrar casi con amabilidad ese tropel de emociones atrapadas entre lo que significaron cuando sucedieron y lo que significan ahora, en el presente de la escritura, del recuerdo, de la recuperación de imágenes perdidas y reencontradas gracias a la escritura.

30 de abril

Lo siento. la escritura aparentemente cortazariana de Nestor Sánchez me ha cansado en setenta páginas. Y no porque no cuente nada -que también- sino porque resulta árida, insustancial, sin riesgo ni pasión, sin esa condición que apuntaba Salter: querer saber qué pasa en la siguiente página, en la siguiente frase. Cabe la posibilidad de siempre: que lo haya leído con treinta años de retraso -cómo hubiera recibido yo ahora, si lo escuchara por primera vez, el Revolver de The Beatles? Nunca lo sabré.

2 de mayo

Había comprado el libro pensando en ese viaje a Lisboa que finalmente no hicimos. Se suponía que esta novela de título tan sugerente quedaría a la espera, en esa zona de mi mesa destinada a los libros que esperan sin tiempo definido; en este caso, hasta unos futuros planes de viaje a Portugal.

Pero no ha sido así. El fracaso con Sánchez me impulsaba a buscar algo seguro, pero sobre todo, ese título era irresistible y hace que sea casi imposible dejar un libro abandonado con esas palabras y esa portada: Tren nocturno a Lisboa.

Para mí significa exactamente: viaje al mundo de la escritura en Lisboa -retomar la historia sin tiempo de Lisboa, volver a Lisboa en ese espacio nocturno y en movimiento que representa el tren, metáfora de escritura, símbolo de búsqueda, resonancias de pura nostalgia más allá del tiempo.

3 de mayo

Avanzo lentamente pero sin detenerme por las páginas que conducen el tren nocturno a Lisboa y siento la misma identificación con su protagonista que él con el autor que ha venido buscar: 57 años y un misterio que resolver en la ciudad blanca.

8 de mayo

Hemos tomado la decisión de viajar a Marruecos, lo que me ha llevado a descubrir a un autor que no conocía en absoluto: Alberto Ruy Sánchez, nacido en México pero con una fuerte conexión con Marruecos que lo impulsó a escribir durante décadas el quinteto de Mogador...



jueves, 14 de junio de 2018

De Buenos Aires a Brujas



6 de abril

He conseguido un tránsito sin roturas.

Desde luego que la escritura de Tomás Eloy Martínez no tiene nada que ver con la de Levrero -en cuyos libros he estado inmerso durante semanas- pero quizá por eso todo ha fluido con armonía; por eso y porque sigo en el hemisferio sur y porque Gardel continúa revoloteando mientras leo y me siento acompañado por la brutal melancolía de los tantos que tanto han significado en mis momentos más oscuros.

Y luego están esos nombres que de tanto en tanto despiertan mis fantasmas sabatianos por entre el laberinto de Borges en el que se empeña Eloy.


Respiro de nuevo aquella atmósfera mágica que trasmitían los cuentos de Borges leídos uno tras otro sin cesar en los libros de Alianza Editorial que tomaba prestados, uno tras otro, sábado tras sábado, en las librerías de los pueblos cercanos... y que olvidé devolver, que tengo pendiente de devolver... si recuerdo cuál es de quién, claro.

Relectura de El Aleph: constatación de que la magia es del pasado, de los 17 años, de otro mundo que ahora solo existe como una referencia lejana, como recuerdos fragmentarios de palabras perdidas.

11 de abril

He comenzado o recomenzado la lectura tantos años pospuesta de Matadero Cinco, un salto verdaderamente peligroso tras la delicia melancólica de Eloy cuyo protagonista no es tanto ese cantor prodigioso que resucita los incomprensibles tangos antiguos sino la ciudad de Buenos Aires y sobre todo El Aleph.


12 de abril

La lluvia de ayer es solo un recuerdo.

Hoy vuelve a ser primavera. Brujas la muerta: un título romántico, gótico y tétrico, apropiado para una ciudad que me produce sentimientos de oscuridad en la distancia, solo por su nombre -que significa puentes- solo por esas fotografías de edificios que parecen conservados en formol, intactos, como respondiendo por un pasado arrebatado y expuestos a los viajeros sin permiso.

La forma y el tono del libro de George Rodenbach augura una lectura filosófica llena de pesimismo, simbolismo y sentimientos de pérdida. Eso por no hablar de la preciosa edición que ha parido la editorial hasta ahora desconocida para mí Vaso Roto.





sábado, 2 de junio de 2018

La noche del escritor

El descubrimiento se produjo como estaba previsto: por sí mismo, liberado a sus propias leyes...

No debía ser una entrega -A. no quería que fuese eso, ese acto demasiado evidente, demasiado descarnado; desprovisto de magia.

Debía ser más que eso. Debía reunir ingredientes imprevistos, organizarse según su propia dinámica, como el mensaje en la botella que recorre océanos empujado por corrientes desconocidas.
Y así, el descubrimiento impuso sus reglas.

Largo viaje hacia la noche -título prometedor donde los haya, simbología quizá demasiado evidente y contenidos excesivamente dependientes de lo autobiográfico -dejando aparte el sabroso y fugaz duelo Shakespeare-Baudalaire.

Si no estás previamente comprometido emocionalmente con el autor es difícil que la tensión dramática que despliega te llegue por escrito, sin actores que encarnen lo que no está en el texto. Y las notas al pie distraen y enfrían más de lo que aclaran.

Leer teatro es como leer un guión de cine. El teatro y el cine son artes de escuchar y ver -como la pintura es arte de ver y la música de escuchar. Cuando se cruzan los caminos, cuando se alteran los sentidos y las percepciones, se distorsiona la comunicación.

Leer las acotaciones de una obra o las de un guión es una alteración definitiva que destruye el impacto del arte.

Quizá por eso dejé de leer teatro y guiones de cine.


Pero este libro ha sido un gesto, una complicidad con lo incierto, con eso que pretendemos conjurar llamándolo azar.

Ocupará su lugar en mi biblioteca, no por su contenido, sino por la orquestación de una entrega retorcida. Y ocupará un lugar en mi memoria, no por el texto, por la trama, ni siquiera por ser una de las pocas obras de teatro que he leído más allá de los veinte años... sino porque su título es un mensaje de complicidad entre quienes no entienden la escritura sino como cosa de noctámbulos.



El escritor vacío

Tres meses ausente de mi pequeño rincón nocturno.
Tres meses de lecturas incesantes...

7 de marzo

Hecho de menos el tomo de tapas rojas, la poderosa escritura de Mircea que durante mes y medio ha ocupado mis cafés, la agotadora dosis de literatura en estado puro.

Ahora, una pausa melancólica. La escritura lírica de Kadaré del que me hechizó El palacio de los sueños y que en este breve libro -en edición de Alianza Literaria de 1999- parece proponerse rendir homenaje a una tierra maltratada, a sus gentes obliteradas una y otra vez, a una cultura que merecía mejor destino.

9 de marzo

No parece casual que me haya paralizado unos días, precisamente mientras leo El discurso vacío de Levrero -que tantas cosas tiene en común con esta tarea de escribir cada día, incumplida ayer y antes de ayer.

10 de marzo

Me veo reflejado en el estilo, en el discurso, en las intenciones, en la autoobligación de escribir cada día, incluso en esa parálisis repentina a la hora de trazar una letra. Quizá por eso me gusta tanto Levrero y fui capaz de disfrutar de casi cuatrocientas páginas en las que no sucedía "nada" -en aquella novela luminosa que por momentos asoma en estos cuadernos, como en este mismo instante.

De tanto en tanto, algún libro me impulsa a retomar mi antigua costumbre de leer caminando o caminar leyendo. Se trata de libros peculiares que no pueden interrumpirse así como así y tienes que llevarlos a la compra o incluso bajo la lluvia, protegiéndolo en lo posible, manteniéndolo abierto bajo el paraguas.

El discurso vacío ha sido uno de esos libros peripatéticos. Me he preguntado junto a Mario Levrero qué discurso se esconde bajo mi discurso, este que escribo sin parar (casi) en la libreta de La librería más antigua del mundo y en los cuadernos moleskine o japonés. Pero -al igual que Levrero- no he encontrado una respuesta, una respuesta concreta identificable y transferible, condiciones que ya condenan de antemano al fracaso en esa misión de audaces consistente en investigarse una mismo, buscar tus propias claves por debajo del muro de silencio, del discurso vacío que se escabulle de sí mismo.

13 de marzo

¿Qué tiene Levrero de especial para trastornar al lector, atraparlo, hipnotiza
rlo, con materiales tan elementales, tan aparentemente básicos, simples y faltos de energía imaginativa?

El ejemplo más extremo es desde luego La novela luminosa, pero al menos en ese caso podría deberse a la potente atracción, al exceso brutal, característica esta que no tienen el resto de sus libros.

Comenzar desde la nada, desde la oscuridad total, y avanzar paso a paso sin desvelar dónde, cuándo, por qué suceden cosas inexplicables, aparentemente cotidianas pero misteriosamente inquietantes.

Con respecto a La ciudad, El lugar reduce aún más estas ya de por sí exigentes condiciones... ¿qué ocurrirá en el siguiente capítulo, en el siguiente párrafo, en la línea siguiente? El mundo, un mundo desapacible, se va creando a cada paso, a cada palabra...

14 de marzo

Dice Levrero en una entrevista que leía El castillo mientras escribía La ciudad, y yo estoy casi seguro de que leía El proceso mientras escribía El lugar, como yo escribo estas notas en el cuaderno de La librería más antigua del mundo mientras leo La ciudad, El lugar y, poco después, París, en los que encuentro constantemente elementos -los llamaré- de mis escritos, de mis proyectos o ideas abandonadas o apenas esbozadas o pensadas o quizá escritas y olvidadas.

El puente Kafka-Levrero es un camino oscuro que sé que ya he transitado de alguna forma.

15 de marzo

No me esperaba esta experiencia tan intensa de lectura con Levrero. Después de sus dos obras "mayores", esperaba prolongar los placeres de su lectura, pero La trilogía involuntaria es otra cosa, otras escritura y la misma a la vez. Persiste esa forma de avanzar desde cero en la oscuridad, pero ser añade un elemento que no estaba en las otras y que convierte estas breves novelas en otra experiencia de escritura/lectura: la angustia de la amenaza.

17 de marzo

Paris me recuerda Alphaville o quizá otras historias borrosas de ciencia-ficción que leí hace decenios. Levrero se ha despegado de Kafka y discurre por caminos distintos: surrealismo, comics, absurdo, onirismo... un paso más, una nueva vuelta de tuerca en la trilogía que no es trilogía puesto que no quiso serlo y no sé muy bien quién la ha convertido en una lectura compacta -triste destino de los escritores que no quieren serlo por mucho que lo sean -y se joden- y escriban sin parar libros que llegarán a los lectores desordenados, inconclusos o confundidos por el tiempo...

18 de marzo

He cerrado el último librito de La triología involuntaria con una intensa sensación de abandono, de retorno desde un mundo equívoco, fantástico, absurdo, lleno de descubrimientos.

París es una maravillosa metáfora del peligro de la vacuidad de la vida: tenemos alas pero no somos capaces de volar, de abandonar una realidad que nos atrapa a pesar de su incomprensible vacuidad de seres que no comprendemos, de palabras, de gestos que no significan nada.


Y así, Fauna, Desplazamientos, La banda del cienpiés, Diario de un canalla, Burdeos, 1972, Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, El alma de Gardel... asisto a la búsqueda y el encuentro de una voz, una voz peculiar que hay que aprender a oír. Levrero no es desde luego un Orwell o un Huxley, no escribe manifiestos ni antiutopías sino más bien atopías que se alimentan de su melancolía borrosa, de su contención provocadora, de su irreverencia.  Levrero tampoco es Kafka por mucho que se le escapen maneras. No desprende la gravedad de un Onetti ni es un narrador deslumbrante como Gabo o Donoso. Es simplemente alguien que no quería ser escritor y lo es y se jode.

Ahora tengo que buscar sus cuentos.