jueves, 27 de julio de 2023

PH en la noche de brujas





Aquí, en el café Peregrino, en el corazón del casco viejo de Pamplona, mientras ella descansa en la furgona que es ahora nuestro hogar, recordando una vez más la noche de emociones encendidas en el claustro del antiguo convento de Santa Chiara, en Piacenza.


Tras un rato de espera y discursos de presentación, PH camina rodeando las butacas alineadas en el patio del claustro y sube al escenario sosteniendo la guitarra en una mano y un puñado de hojas sueltas en la otra. Ella y yo nos apretamos las manos y cruzamos una mirada que recoge tantas cosas que hemos hablado sobre este momento…


PH suelta la guitarra y se sienta al piano de cola que ha presidido con su majestuosa figura el rato de espera. Permanece inmóvil apenas unos instantes y a continuación posa sus dedos sobre las teclas: el tiempo se rompe y mis ojos estallan.


Siete días antes, el 16 de junio, sentado en la terraza del café Limette, en Friburg, yo había escrito: “PH sale lentamente de la oscuridad y tras unos pasos se sienta ante el piano: suenan las primeras notas, las que había imaginado como arranque entre el lirismo y el misterio de una noche mágica: My room”…


Y en los días que siguieron volví a describir el comienzo del concierto con ese mismo tema. Lo escuchaba, veía sus manos interpretándolo, sentía esas primeras notas, esas palabras iniciales: “Sear… ching for diamonds in the sulphur mine… leaning on props which are rotten”…


Así que ese momento inicial, ese arranque de la noche con PH al escuchar esas notas, esas palabras de uno de los discos emblemáticos de Van Der Graaf, provocó en mí un desgarro por la confirmación de mi certeza y por el cruce de emociones por lo que ello significaba.


“Dreams, hopes and promises… promises… promises…”


Después, un Just good friends aún más melancólico que el de Love songs y otro impacto que me impulsó a agarrarme a ella para sentir su piel entre el frescor del rectángulo de piedras y andamios: Easy to slip away…


Y así, una hora y tres cuartos en un recorrido nada sistemático de esos cincuenta años de creación, más bien parecía que cada tema le sugería el siguiente, como enlace o como contraste, o siguiendo quién sabe qué itinerario emocional hecho de recuerdos o de retos o de imaginación desbordada: The mercy, The descent; el cambio ritual a la guitarra: un The Comet particularmente violento, los susurros de Shingle song, la solidez de Comfortable, el frágil lirismo de Ophelia, un Modern rotundamente agresivo, la delicadeza de Patient y el retorno al piano: A way out hasta lo más profundo, A better time, la nota de optimismo sin medida, Stranger still con un final de gritos estremecedores, Your time starts now y el final con Train time…


Se levanta. Da las gracias sonriendo y baja poco menos que a la carrera para huir del escenario agarrándose la nuca con las manos, con toda seguridad agotado, como diría Sabato, habiéndose vaciado de casi todo. Casi, porque aún quedaba un maelstrom final.


Ella y yo nos habíamos levantado con los aplausos finales de Train time y corrido hacia el fondo, donde el camino del escenario, flanqueado por cuerdas, lleva a las escaleras y la puerta de los improvisados camerinos. PH se detiene en el umbral, parece desconcertado, abrumado por los aplausos.


A pedido de la gente, el organizador del acto sube hasta el micrófono y llama: “Peter Hammill”. PH se detiene, se da la vuelta y camina de nuevo hasta el escenario. Se sienta al piano, levanta las manos, cierra los ojos: ahí ya lo sé; sé lo que va a tocar. Transcurren todavía unos momentos. La abrazo por detrás; los dos de pie, paralizados, estremecidos cuando suenan esas primeras notas y esa voz… “North was somewhere years ago and cold”…


Noche de San Juan. Noche de Sabato y las brujas. Noche de PH.


Los hados me han concedido escuchar la canción más emotiva del mundo del modo más intenso e inolvidable: abrazado a ella en la penumbra veraniega de ese convento en ruinas bañado de luces irreales que transforman los muros… “west is refugees home”… cada interpretación de Refugees es única, pero esta vez no solo añade matices a la entonación, a ciertas sílabas, a ciertos pausas o toques del piano, también introduce un cambio casi imperceptible pero lleno de belleza e intensidad en la letra, y en lugar de decir “but we’ll be happy on our own”, dice: “trying to be happy on our own”… lo intentaremos Peter…


Se levanta. Recoge sus partituras y su guitarra. Baja del escenario, esta vez muy despacio, y se marcha solo entre la penumbra donde lo abordo, aprieto su delgado brazo que saluda con las partituras desordenadas: “Thank you very much for all those years”. Asiente. Sube a saltos las escaleras y desaparece tras la puerta.