viernes, 3 de noviembre de 2023

Ver el mundo con la mirada de K

Ayer puse fin a mi lectura sistemática de los textos de ficción de Kafka que inicié en 2006.

Aclaro que me refiero a todos los textos que no son correspondencia o diarios y que he leído por estricto orden cronológico en la edición española publicada por Debolsillo al cargo de Jordi llovet.

Y aclaro también que además de las pausas para otras lecturas he dilatado algo todo el proceso al intercalar libros relacionados con Kafka que me he ido topando en librerías o mercadillos de Andalucía, Portugal, Francia o Alemania... incluyendo la portentosa biografía de Reiner Stach, el estudio de Pietro Citati, los prólogos e introduccionesd de diversas ediciones en varios idiomas, la aproximación al Kafka anarquista, las turbadoras cartas a Milena o los pormenores del larguísimo proceso relacionado con los manuscritos que poseía Max Brod.

Impactado aún por tan desmesurado esfuerzo renuncio a hacer aquí una valoración de la aventura en la que ha habido, como en toda navegación que se precie, momentos de paz y de tormenta, visiones del fin y sueños apacibles, deseos de llegar a buen puerto y tentaciones de abandono.



La fascinación que Kafka ejerce sobre cualquiera que se acerque a él o a su obra se multiplica cuando se trata de alguien que escribe. En ese caso es imposible romper el magnetismo, imposible sustraerse al poder de atracción del "larguirucho" —como se autodenominaba en sus cartas— condenado de por vida a un pulso desigual, inexcusable, irremediable con los fantasmas que lo cercaban sin descanso. Un pulso que asoma con intensidad a sus ojos en la mayoría de las fotografías que se conservan de él abarcando varias décadas.