Desplegar una vez más la vieja edición de Anaya de edad indeterminada, con sus páginas amarillentas despidiendo ese brumoso olor a papel largamente almacenado en los estantes y su tipografía caótica, fue toda una experiencia de hondas repercusiones emotivas.
¿Por qué he vuelto a Demian 34 años después?
¿Y qué más da? Lo que importa es que esas páginas continúan atesorando igual que hace cien años unas pocas revelaciones que nos sirven en el camino de aprendizaje de la vida:
"Eramos hombres que habíamos despertado o despertábamos y nuestra aspiración era llegar a una vigilia aún más perfecta, mientras que la aspiración y la felicidad de los demás estribaba en ligar cada vez más estrechamente sus opiniones, sus ideales y sus deberes, su vida y su fortuna, a los del rebaño... para nosotros, la humanidad era un lejano futuro hacia el que todos caminábamos, sin que nadie conociera su imagen ni constaran escritas sus leyes en parte alguna".
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