Acaba de llegarme por las invisibles vías electrónicas la noticia de la muerte de Gabo.
Y vuelvo a verlo como lo he visto siempre en mi cabeza: sentado ante esa pequeña mesa con su máquina de escribir y descalzo: una imagen casi espartana del escritor que no necesita absolutamente nada porque le sobra lo más importante: materiales de construcción del otro mundo, el mundo al que se accede al abrir con pasión las páginas de sus libros.
Hace muchos muchos años que abrí por primera vez Cien años de soledad y no lo cerré hasta llegar a la última línea: solo pude saborear el libro unos meses después cuando lo leí por segunda vez a ritmo algo más razonable o años más tarde, cuando volví a leerlo con cierta distancia.
Pero la primera lectura es la que permanece en mi memoria -o no sé muy bien dónde, pero hiriéndome y apoyándome al mismo tiempo. Como un huracán, como una voz que detiene el mundo y decide recomenzarlo de nuevo, como una pala que cava en la tierra para extraer secretos primarios y enterrar las raíces de incontables historias que brotarán sin freno.
Mientras Sabato era el escritor comprometido, el atormentado, el maldito, Gabo era el narrador inagotable, el creador de personajes inefables que se te meten en las fibras; mientras Donoso te dejaba claro su imponente dominio de un relato de largo aliento y múltiples encrucijadas, Gabo te sometía a un maratón de asombros; mientras Cortázar estimulaba la imaginación, denunciaba las injusticias y nos zamarreaba con la urgencia nocturna del jazz, Gabo inventaba el mundo y nos forzaba a aceptar un pacto de rendición incondicional a su capacidad para trastocar las técnicas narrativas en apenas una frase: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en la que su padre lo llevó a conocer el hielo..." ¿Es posible sugerir tanto con tan poco? ¿Es posible agarrar al lector por las entrañas y lanzarlo al futuro antes de comenzar, retorcer la arquitectura de un relato legendario desde el primer párrafo, la voz, los tiempos verbales? ¿Es posible mantener ese reto, esa capacidad de escupir fuego, ese pulso ante lo invisible, página tras página durante cien años?
Pues sí, lo es; lo fue. Y no creo que se repita muchas veces.
2 comentarios:
Es muy cierto lo de '100 años de soledad'; a mi me paso exactamente lo mismo. En una epoca en la que tardaba meses en leer cualquier libro me deje llevar por el y creo recordar lo acabe en una semana, y casi que mejor porque si no se me mezclarian todas las generaciones Buendia etc etc...
Verdaderamente fue un libro que me dejo huella, al igual que lo hizo mas tarde 'La mala hora' y los que le siguieron, pero '100 años' tiene digamos un lugar privilegiado en mi memoria.
Se siente el gran vacío de quien nos dejó momentos increíbles, en los que lo imposible pareció tangible y vivible. Como colombiana, romántica, dramática e hija del realismo mágico, me quedo esta frase de su obra "Diatriba de amor contra un hombre sentado":
“Lo cierto es que la felicidad no es como dicen que solo dura un instante y no se sabe que se tuvo sino cuando ya se acabó. La verdad es que dura mientras dure el amor, porque con amor hasta morirse es bueno”
Gracias Jesús por tu escrito.
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