lunes, 29 de enero de 2018

Santuario Synamodec


Bajas la estrecha escalera retorcida y ahí está: un sótano amplio cuyas formas y dimensión exactas quedan borrosas por la enorme cantidad de objetos desconocidos y misteriosos.

Las paredes están cubiertas por dibujos jeroglíficos y lo que parecen planos de objetos imposibles de identificar. Varias mesas pegadas a las paredes o dividiendo espacios se ofrecen llenas de instrumentos y herramientas cuyo propósito escapa a la comprensión.

Parte del suelo está cubierto por alfombras o esterillas y hay una o dos estanterías repletas de libros cuyos títulos y autores se antojan desconocidos o reservados a un puñado de iniciados.

Otras partes de la pared, la más cercana a las mesas, están cubiertas de paneles de los que cuelgan más herramientas desconocidas de formas caprichosas.

Aquí y allá, puñados de cables de colores vivos rematados por brillantes piezas de metal dorado: algunos parecen trenzas de cabellos, otros, racimos de vegetales, otros, haces de luz que brillan en la semioscuridad del Santuario.

Cuando tu vista -tu cerebro- es capaz de librarse de este inquietante bombardeo visual reparas por fin en ellos.




Artefactos de sólida geometría parecen convivir en caprichosos panales artificiales llenos de agujeros, sombras, piezas de colores vivos, letras que trasmiten claves desconocidas a los guardianes del secreto.

Unas manos agarran una de esas pequeñas serpientes amarillas y clava su aguijón en alguna parte del panal mientras agarran sus piezas trasmitiendo quién sabe qué sabiduría gestual de la que brota un suspiro metalizado que comienza a recorrer el sótano y penetrar en los poros de tu piel.

Las manos acarician más serpientes de color y las introducen en los agujeros por la cabeza y la cola conectando así los mundos interiores del panal que se retuerce abriendo en canal los suspiros, los quejidos, los latidos de un corazón que parecen contener el sótano entero y penetrar todo tu cuerpo, desgajarse, desplegarse entre la vibración de tus huesos, derramar tus lágrimas y hacer que tus manos tiemblen de alegría, de inquietud, de una tristeza suave que a pesar de todo anhelas más allá de este lugar en las entrañas de la tierra.

Solo entonces comprendes a los exploradores de este laberinto de túneles inasibles persiguiendo la energía invisible que los libera del dolor de la oscuridad y el silencio.

http://synamodec.com/

1 comentario:

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