sábado, 23 de junio de 2012
Con Sabato en la noche de brujas
Leí la gran novela de Sabato, por primera vez, cuando tenía la edad de su protagonista.
Hablo de Sobre héroes y tumbas, y hablo de 17 añitos. El cataclismo emocional que supuso para mí solo podría explicarlo el adolescente que fui entonces, el mismo adolescente que se aferraba a las cosas intangibles, que anhelaba toneladas de calor humano en el desolador vacío de patios de colegios y calles polvorientas.
He vuelto en incontables ocasiones a ese mundo inefable que subyace bajo el Buenos Aires de Sabato, ese mundo que presentía bajo mis pies en las calles de cualquier ciudad -porque hasta allí llegarían las últimas conexiones de los túneles poblados por las criaturas de la noche.
Volví una vez más a los abrazos desesperados de Martín y Alejandra cuando tenía la edad con la que Sabato escribió aquellas páginas terribles y maravillosas.
Y ahora, cuando empiezan a adivinarse a pocos metros de mi ventana las fogatas de San Juan, los murmullos de la noche de brujas, he vuelto otra vez a él, al explorador de los abismos, al Queronte del infierno de la escritura, a la voz de los adolescentes perdidos, anhelantes de eternidad, embriagados de esperanza aún en los tiempos más difíciles.
Para vos, maestro, el tango del mirador de Alejandra:
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