Entre finales de mayo y primeros de junio...
Días sin escritura. Dias sin bálsamo en las cicatrices. Días sin palabras, sin voz, sin vómito de sentidos, sin cruce de caminos que desborden el horizonte.
Entretanto, dos lecturas perfectamente olvidables -¿o seré yo?
La máquina voladora, de Javier Tomeo es entretenida, tiene cierto sabor a rebeldía, incluso no está exenta de inteligencia y de algún giro más o menos inesperado -si uno se abandona- que confieren algo más de profundidad a una historia que, siendo sinceros, está cantada desde el principio. Lo mejor sin duda es la portada, más sugerente que el breve contenido. Aunque no tanto como el rastro de anteriores propietarios con sus correspondientes dedicatorias e incluso una carta abierta y cuidadosamente plegada y guardada en su sobre rasgado con remitente de Granada y destinatario de Barcelona.
Por otro lado, Nadie nos mira, ha resultado ser una decepción
7 de junio
He sentido que debía comenzar a leer los poemas de Pessoa, mientras espero la llegada de esa novela de Saramago en la que da una vuelta de tuerca a los juegos metaliterarios del poeta y escritor múltiple. Así que me he zambullido en los Noventa poemas últimos que preparó el poeta Angel Crespo para Hiperión y los voy degustando en portugués mirando de reojo la traducción castellana que quiere conservar medida y rima y a veces me hiere falta de la melancolía del original.
9 de junio
Llegó. Me lo entregó ella -privilegios de trabajar en la oficina de correos. Un ejemplar amarillento, incluso por esa fotografía de principios del XX de Pessoa que se acerca la mano al cigarrillo mientras camina por una de las calles rectas del Chiado, con su abrigo y su pajarita, con esa mano izquierda en posición tan extraña, casi de desfile marcial.
No pude resistirme a elegir esta vieja edición de Biblioteca Breve que, según consta es de 1990, la tercera desde 1985, antes de que las furias se desataran -la segunda es por supuesto de 1987, el año clave.
Lisboa, 1930. Reis, Pessoa, Saramago. El texto promete. Quiero degustarlo. Un tipo pecular Pessoa. El ejemplar de Biblioteca Breve parece intocado; lleno de imperfecciones pero sin abrir. Y el estilo exigente -aún no pulido como en el Ensayo sobre la ceguera o Todos los nombres- de Saramago parece venir a propósito para esta arriesgada y escabrosa aventura con este trío peculiar: el escritor vivo, el muerto y el no muerto. Lisboa, la República Nuova, 1930. Veremos.
10 de junio
Visita al cementerio. Reis se vuelve atrás y renuncia a buscar la tumba de Pessoa. Son los menesteres de la lógica del relato -que en algún momento tendrá que resolver Saramago, porque hasta dónde yo sé -y aunque no lo supiera lo tendría adivinado- Reis tiene que encontrarse con Pessoa, los dos yoes tienen que reunirse más allá del tiempo y el espacio, en la realidad viva de la novela, en las calles quizá paralizadas en la memoria de los tres escritores, o quizá evocada con la mente del lector. El encuentro llegará; no lo dudo.
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