4-23 de diciembre
Comenzar esta historia épica me ha hecho sentir de nuevo el temblor de los libros excepcionales. ¿Será Alvaro Enrigue uno de esos escritores excepcionales? Está por ver. Aunque todo -las primeras páginas- lo anuncia con fuerza.
Se adivina que Enrigue tiene una deuda emocional con la Apachería, con el territorio y con la historia. No es de extrañar siendo mexicano y consciente de un pasado brutal -épico pero brutal.
Pero no escribe únicamente para saldar esa deuda -eso hubiese producido una novela menor, incluso un pobre alegato. Pero Enrigue no ha escrito una elegía reivindicativa, ni siquiera una reconstrucción histórica -que tan de moda están- con sabor épico.
Enrigue ha escrito una novela.
Compleja desde el punto de vista de la construcción, del montaje, medida al milímetro con cuidadosa paciencia para interrumpir y retornar, para trasladar el punto de vista zamarreando al lector entre peñascos quemados, diálogos lacerantes llenos de un humor que bordea lo siniestro, miradas que narran por sí mismas episodios casi grotescos, personajes construidos con pasión y un sentido particular del ritmo que convierte su novela sobre un mundo arrancado de cuajo a la historia en uno de esos libros que se quedan para siempre tras leer las últimas palabras.
Hay al menos tres miradas a diferentes distancias: la mirada desde lejos en el tiempo y en el espacio -desde Harlem primero y acercándose, pero al fin, la mirada de un mexicano; la mirada compartida en el tiempo pero distanciada desde el bando de los ojos blancos, conquistadores, educados, disciplinados en comparación con los pinches de ese nuevo territorio arrebatado a la Apachería y después arrebatado por los gringos; y la mirada cercana, a lomos de caballo o a pie, arrastrándose por el polvo, entreverada en los ojos aún infantiles de Gerónimo.
Las tres convergen en un punto, brillante bajo el sol, disputado durante décadas, latiendo en un pasado que se quedó a merced de los museos, las tumbas y las reservas: las montañas chiricahuas, un espacio libre y salvaje que se merecía otra historia.
Tres miradas entre el silencio, la crueldad, el calor, los designios de dioses en ambos bandos y la sonoridad polvorienta de lenguas sin posible comunicación.
23-31 de diciembre
Más de cuarenta años después comienzo aquel libro perdido que no llegué a comprar -¿por qué no?
Entretanto sigue ahí el impacto de la magnífica novela de Enrigue y sus magistrales descripciones, su perfecto encaje de piezas, su enorme capacidad para contar las cosas en perfecto desorden creando espectativas y resolviéndolas con fluidez y sin decepcionar nunca, conduciéndote como los apaches por lo más intrincado, por lo mas duro, por lo más bello de aquellos territorios de otro planeta.
Avanzo en la lectura de Enterrad mi corazón en Wounded Knee del mismo modo que los indios retrocedían ante el hombre blanco: a veces con valor, a veces con rebeldía y otras con esa enorme dignidad que finalmente les hizo desaparecer de colinas, montañas y praderas.
528 páginas dolorosas que narran con aparente frialdad que no es si no una contenida pasión, el inexorable exterminio de los habitantes libres de esos territorios sin nombre.
Estados Unidos nació, creció y se consolidó entre la sangre de estos seres del viento. No puede extrañar que ahora sean lo que son: opresión, destrucción y muerte -no son más que las señas de identidad de su origen y su expansión, la expansión del progreso que arrasa con la vida y quienes la representan.
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