Os invito a entrar en Redención, a compartir las primeras palabras que escribí tras muchas vacilaciones, excusas, dudas y promesas de que empezaría "uno de estos días..." Al fin conseguí empezar, o quizá sería más exacto decir que no tuve más remedio que empezar, tanto es así que aquellas páginas surgieron como una exhalación en pocas semanas. Y ahí están.
Ex, 2 de enero, 2016
Más de 30 años después...
Necesitaba un acto en el límite...
Y he necesitado superar pruebas de horas para poner la punta del cálamo sobre estas hojas.
Incluso cuando la decisión ya estaba tomada, mi mano se resistía y he tenido que obligarla.
Ha sido una lucha desigual y difícil.
Ha sido como un lanzarse al vacío, un vacío de 120 páginas.
Son las que me concedo para contar esta historia, la más difícil... no por compleja, no porque exija esfuerzos de memoria inalcanzables.
No.
La historia más difícil es la que llevas clavada en el alma, atravesando todo tu ser.
I
La primera vez que la vi sus ojos brillaban de tal modo que ya sentí —sin admitirlo, sin que siquiera me estuviese mirando— que mi vida había cambiado.
En ese momento no podía sospechar los años que tendrían que pasar hasta que ese cambio se produjera, se materializara, se instalara en nuestras vidas; no tenía ni idea del dolor que me esperaba, pero aún sin tenerla, ya sentía que ese dolor merecería la pena: ¿quién no estaría dispuesto a sangrar a cambio de ese brillo iluminando cada hora de su vida?
Sin saberlo —hasta mucho después— yo acepté ese trueque el primer día.
Después hay un tiempo de oscuridad.
No sabría decir qué ocurrió en ese tiempo. Y tampoco importa demasiado: años de eso que consideramos vida cuando aún no hemos vivido de verdad: trabajo, estudio, alquiler, pequeños acontecimientos perfectamente prescindibles, y lo peor de todo: autoengaño —que salpica a todo lo que te rodea.
Te mentiste despiadadamente y dejaste que todos creyeran tus mentiras, que interpretaran como una vida mediocre lo que no era sino una mezcla terrible de autocompasión, necesidad de supervivencia, cobardía... el refugio de los débiles que ignoran mucho más de lo que temen.
Hasta que un día, el calor de ese brillo en unos ojos vivos te remueve las entrañas, y la ilusión te corroe, te posee, te arrastra.
Sigues viviendo tu vida como si no te dieras por enterado: utilizas esa máscara tuya tan socorrida que siempre te da resultado porque la gente se ve impelida a hacer como que se la cree. La máscara de la inocencia, del descuido, de la fragilidad... que solo puede usar con eficacia alguien lo suficientemente infeliz como para exponerse al mundo con esa segunda piel más fina que la propia —¡el disfraz perfecto!
Aparentar una falsa debilidad para esconder otra debilidad mayor, más dolorosa, más cerca del abismo: ¿quién podría sospechar que bajo esa capa de modales descuidados, de pequeñas torpezas cotidianas, de inseguridad, de palabras vacías... lo que se esconde es otro vacío, la monstruosidad de una vida que no quiere ser vivida?
Y así, lo único que puede cortar en pedazos esa máscara invisible, resulta ser la ilusión, la ilusión de otra vida posible.
Pero no es tan sencillo. La ilusión alimenta el dolor, aviva rescoldos, esparce las cenizas del amanecer y vuelve a arrancar pequeñas llamas azules.
La imaginabas en habitaciones desconocidas realizan-do pequeñas tareas cotidianas, oyendo discos con ralladuras extraídos de fundas de cartón desgastado, bajo las gotas ardientes de una ducha borrosa o, peor aún, abrazada a él bajo las sábanas de una madrugada inacabable.
¿Cómo reunir fuerzas para ese salto imponente al vacío de la otra vida que llenabas cada día con imaginación alentada por la fiebre?
¿Cuánto se prolongó ese tiempo sin tiempo, esa cadena de instantes paralizados que formaban rúbricas como escuadrones de aves siniestras lanzándose sobre presas desprevenidas?
¿Cuántas noches sin sueños, cuántas finas esquirlas de tiempo arrancadas a la eternidad?
[…]
Me tiembla la mano ante la idea de apoyarla sobre aquellos días luminosos... miro fijamente esos puntos suspensivos que acabo de escribir, reuniendo fuerzas para cruzar el umbral... más dudas... más puntos suspensivos... un punto cierra un ciclo de pensamiento y sin embargo más puntos no lo refuerzan sino que lo abren a la duda...
Una vez cruzado ese umbral, una vez dado ese paso tan simple y abrumador que te paraliza —como los invitados de El Ángel Exterminador de Buñuel— estaremos —todos; los lectores, tú y yo— en el otro lado, el lado luminoso —en el que ya no dejarás de mirar nunca los ojos de ella— aunque no por ello exento de dolor y de sombras agazapadas.
De hecho, en ese lado —y precisamente por la presencia constante de la luz— las sombras son más evidentes y el dolor más agudo, como tristemente se verá...
Si consigues dar el paso.
Por ahora... imposible.
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