Acabado el viaje narrativo de Rolin, queda la sensación de haber leído una de esas novelas-río de tropecientas páginas; hay que volver a mirar la última para constatar que sólo han sido 216. Y es que, ante todo,
Meroe es una agotadora incursión en el Nilo interior -no el interior geográfico, sino el interior del corazón o del espíritu o de ese lugar al que se refiere el propio Rolin, cuando escribe: "opino que los libros viven dentro de nosotros varias existencias, y una de ellas es una prolongada ceremonia mágica".
Y eso es Meroe, una prolongada ceremonia mágica que por momentos recuerda la grandiosa escritura ralentizada de El cuarteto de Alejandría, de Durrell o la narración sin límites de El cielo protector, de Bowles.
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