sábado, 2 de junio de 2018

La noche del escritor

El descubrimiento se produjo como estaba previsto: por sí mismo, liberado a sus propias leyes...

No debía ser una entrega -A. no quería que fuese eso, ese acto demasiado evidente, demasiado descarnado; desprovisto de magia.

Debía ser más que eso. Debía reunir ingredientes imprevistos, organizarse según su propia dinámica, como el mensaje en la botella que recorre océanos empujado por corrientes desconocidas.
Y así, el descubrimiento impuso sus reglas.

Largo viaje hacia la noche -título prometedor donde los haya, simbología quizá demasiado evidente y contenidos excesivamente dependientes de lo autobiográfico -dejando aparte el sabroso y fugaz duelo Shakespeare-Baudalaire.

Si no estás previamente comprometido emocionalmente con el autor es difícil que la tensión dramática que despliega te llegue por escrito, sin actores que encarnen lo que no está en el texto. Y las notas al pie distraen y enfrían más de lo que aclaran.

Leer teatro es como leer un guión de cine. El teatro y el cine son artes de escuchar y ver -como la pintura es arte de ver y la música de escuchar. Cuando se cruzan los caminos, cuando se alteran los sentidos y las percepciones, se distorsiona la comunicación.

Leer las acotaciones de una obra o las de un guión es una alteración definitiva que destruye el impacto del arte.

Quizá por eso dejé de leer teatro y guiones de cine.


Pero este libro ha sido un gesto, una complicidad con lo incierto, con eso que pretendemos conjurar llamándolo azar.

Ocupará su lugar en mi biblioteca, no por su contenido, sino por la orquestación de una entrega retorcida. Y ocupará un lugar en mi memoria, no por el texto, por la trama, ni siquiera por ser una de las pocas obras de teatro que he leído más allá de los veinte años... sino porque su título es un mensaje de complicidad entre quienes no entienden la escritura sino como cosa de noctámbulos.



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