sábado, 2 de junio de 2018

El escritor vacío

Tres meses ausente de mi pequeño rincón nocturno.
Tres meses de lecturas incesantes...

7 de marzo

Hecho de menos el tomo de tapas rojas, la poderosa escritura de Mircea que durante mes y medio ha ocupado mis cafés, la agotadora dosis de literatura en estado puro.

Ahora, una pausa melancólica. La escritura lírica de Kadaré del que me hechizó El palacio de los sueños y que en este breve libro -en edición de Alianza Literaria de 1999- parece proponerse rendir homenaje a una tierra maltratada, a sus gentes obliteradas una y otra vez, a una cultura que merecía mejor destino.

9 de marzo

No parece casual que me haya paralizado unos días, precisamente mientras leo El discurso vacío de Levrero -que tantas cosas tiene en común con esta tarea de escribir cada día, incumplida ayer y antes de ayer.

10 de marzo

Me veo reflejado en el estilo, en el discurso, en las intenciones, en la autoobligación de escribir cada día, incluso en esa parálisis repentina a la hora de trazar una letra. Quizá por eso me gusta tanto Levrero y fui capaz de disfrutar de casi cuatrocientas páginas en las que no sucedía "nada" -en aquella novela luminosa que por momentos asoma en estos cuadernos, como en este mismo instante.

De tanto en tanto, algún libro me impulsa a retomar mi antigua costumbre de leer caminando o caminar leyendo. Se trata de libros peculiares que no pueden interrumpirse así como así y tienes que llevarlos a la compra o incluso bajo la lluvia, protegiéndolo en lo posible, manteniéndolo abierto bajo el paraguas.

El discurso vacío ha sido uno de esos libros peripatéticos. Me he preguntado junto a Mario Levrero qué discurso se esconde bajo mi discurso, este que escribo sin parar (casi) en la libreta de La librería más antigua del mundo y en los cuadernos moleskine o japonés. Pero -al igual que Levrero- no he encontrado una respuesta, una respuesta concreta identificable y transferible, condiciones que ya condenan de antemano al fracaso en esa misión de audaces consistente en investigarse una mismo, buscar tus propias claves por debajo del muro de silencio, del discurso vacío que se escabulle de sí mismo.

13 de marzo

¿Qué tiene Levrero de especial para trastornar al lector, atraparlo, hipnotiza
rlo, con materiales tan elementales, tan aparentemente básicos, simples y faltos de energía imaginativa?

El ejemplo más extremo es desde luego La novela luminosa, pero al menos en ese caso podría deberse a la potente atracción, al exceso brutal, característica esta que no tienen el resto de sus libros.

Comenzar desde la nada, desde la oscuridad total, y avanzar paso a paso sin desvelar dónde, cuándo, por qué suceden cosas inexplicables, aparentemente cotidianas pero misteriosamente inquietantes.

Con respecto a La ciudad, El lugar reduce aún más estas ya de por sí exigentes condiciones... ¿qué ocurrirá en el siguiente capítulo, en el siguiente párrafo, en la línea siguiente? El mundo, un mundo desapacible, se va creando a cada paso, a cada palabra...

14 de marzo

Dice Levrero en una entrevista que leía El castillo mientras escribía La ciudad, y yo estoy casi seguro de que leía El proceso mientras escribía El lugar, como yo escribo estas notas en el cuaderno de La librería más antigua del mundo mientras leo La ciudad, El lugar y, poco después, París, en los que encuentro constantemente elementos -los llamaré- de mis escritos, de mis proyectos o ideas abandonadas o apenas esbozadas o pensadas o quizá escritas y olvidadas.

El puente Kafka-Levrero es un camino oscuro que sé que ya he transitado de alguna forma.

15 de marzo

No me esperaba esta experiencia tan intensa de lectura con Levrero. Después de sus dos obras "mayores", esperaba prolongar los placeres de su lectura, pero La trilogía involuntaria es otra cosa, otras escritura y la misma a la vez. Persiste esa forma de avanzar desde cero en la oscuridad, pero ser añade un elemento que no estaba en las otras y que convierte estas breves novelas en otra experiencia de escritura/lectura: la angustia de la amenaza.

17 de marzo

Paris me recuerda Alphaville o quizá otras historias borrosas de ciencia-ficción que leí hace decenios. Levrero se ha despegado de Kafka y discurre por caminos distintos: surrealismo, comics, absurdo, onirismo... un paso más, una nueva vuelta de tuerca en la trilogía que no es trilogía puesto que no quiso serlo y no sé muy bien quién la ha convertido en una lectura compacta -triste destino de los escritores que no quieren serlo por mucho que lo sean -y se joden- y escriban sin parar libros que llegarán a los lectores desordenados, inconclusos o confundidos por el tiempo...

18 de marzo

He cerrado el último librito de La triología involuntaria con una intensa sensación de abandono, de retorno desde un mundo equívoco, fantástico, absurdo, lleno de descubrimientos.

París es una maravillosa metáfora del peligro de la vacuidad de la vida: tenemos alas pero no somos capaces de volar, de abandonar una realidad que nos atrapa a pesar de su incomprensible vacuidad de seres que no comprendemos, de palabras, de gestos que no significan nada.


Y así, Fauna, Desplazamientos, La banda del cienpiés, Diario de un canalla, Burdeos, 1972, Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, El alma de Gardel... asisto a la búsqueda y el encuentro de una voz, una voz peculiar que hay que aprender a oír. Levrero no es desde luego un Orwell o un Huxley, no escribe manifiestos ni antiutopías sino más bien atopías que se alimentan de su melancolía borrosa, de su contención provocadora, de su irreverencia.  Levrero tampoco es Kafka por mucho que se le escapen maneras. No desprende la gravedad de un Onetti ni es un narrador deslumbrante como Gabo o Donoso. Es simplemente alguien que no quería ser escritor y lo es y se jode.

Ahora tengo que buscar sus cuentos.




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